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Por qué emocionó Antonio Banderas

Publicado en InfoLibre

 

VIDEO DEL DISCURSO

Desde hace unos 2.500 años sabemos que un discurso –personal, social, político– no seduce al público por el detalle de las soluciones técnicas que proporciona, sino por los fundamentos morales que suscita; por sus moralejas. No por los hechos que describe, sino por las metáforas evocadas por esos mismos hechos. No por los personajes que aparecen, sino por los arquetipos por ellos representados.
En el momento central de la Gala de los Goya del pasado sábado,Antonio Banderas, para agradecer su premio honorífico, sacó del bolsillo de la chaqueta un papel, se puso las gafas de ver de cerca, y leyó con la pericia del actor que es (los buenos discursos son casi siempre leídos), un texto repleto de metáforas y personajes, de arquetipos y moralejas. Como suelen hacer los grandes, el actor no necesitó apelar a sus éxitos, sino lo contrario: la grandeza casa bien con la humildad.

Se definió a sí mismo como un simple “chavea de Málaga”, que recordaba la imagen cada vez más empequeñecida de su padre y de su madre despidiéndole en un andén de Málaga al emprender su viaje a Madrid. “No era la mente sino el corazón lo que me guiaba en aquel tren”, contaba, para luego alabar la resolución, la constancia y el trabajo duro: “Nunca volvería a Málaga con las manos vacías”, afirmó.

Y por si aún no le creíamos, nos pidió un definitivo acto de fe, con un tono que en un mismo párrafo combinaba sus vivencias como celebridad mundial, con el respeto encantadoramente paleto por la raíz más local. “Tienen ustedes que creerme cuando les digo que cada vez que terminaba un plano, una secuencia, una película, mi mente estaba puesta en España. No en Arizona, no en Cleveland, no en Ohio… En España, en Málaga, en mi barrio”.

Hay que ser un actor como Banderas, y de su edad, para que la argucia tenga efecto, por supuesto: para que tus vivencias personales emocionen a millones. Pero el orador supo bien cómo hacerlo. «Si miro hacia atrás, me veo viejo. Pero si echo la vista hacia adelante, me siento joven». Una antítesis sencilla que arrancó el primer aplauso del discurso. Hace falta ser una estrella de Hollywood como él para que suene convincente el agradecimiento por «la suerte, el honor y el privilegio» (hubo varias triadas como ésta en el texto) de haber compartido pantalla «en el plató que llamamos vida».

Pero acaso esa referencia a los actores y directores mundiales que le acompañaron hacía más vívida y creíble la referencia inmediata a las «personas que nunca serán nominadas», como «los carpinteros, los conductores, los pintores y los electricistas» con los que el actor compartió «esas vidas en miniatura que llamamos rodajes» (segundo aplauso).

Para subir la cuesta de la montaña rusa que un buen discurso debe ser, Banderas se refirió a Goya y a Picasso, y a quienes como Tárrega, Falla o Albéniz supieron «encajar España en una partitura». También a Lorca, Machado, Unamuno o Cervantes, que «tatuaron nuestras miserias y nuestras grandezas sobre papel». Habiendo subido tan alto, la bajada a la referencia más prosaica –su propia hija– resultó aún más emocionante. Fue cuando, para terminar, dedicó el premio a «su mejor producción», «a quien ha sufrido más mi pasión por el cine, mis ausencias prolongadas, mis compromisos profesionales». La despedida marcó a fuego la importancia de lo que nos había contado: «Empieza la segunda parte del partido de mi vida».

Y el auditorio se puso en pie para regalar el mayor aplauso de la noche. Banderas había logrado eso tan difícil en un discurso: envolver al público con las palabras y guiarlo con ellas.

El cubo de hielo y los efectos perversos de la caridad pop

Publicado en @Infolibre el viernes 29 de agosto

 

Hay que reconocer que la idea es genial, desde la simple perspectiva del marketing. La campaña quiere despertar la sensibilidad social hacia la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), la rara y terrible enfermedad que afecta a Stephen Hawking y a dos de cada cien mil personas en el mundo.

La herramienta para ello es el «reto del cubo de hielo» (ice bucket challenge): alguien se echa un cubo de agua helada por encima, graba la gesta y lo publica, anuncia que hace un donativo a la Asociación del ELA, y desafía a otra u otras personas concretas a que hagan lo mismo. 

El desafío del cubo de agua helada ha sido aceptado por un sinfín de personajes muy variopintos: George W. Bush, Steven Spielberg, Lady Gaga, Homer Simpson, Shakira, Bill Gates, Cristiano Ronaldo, Messi, Alejandro Sanz, Matteo Renzi… La red de celebridades que se han unido por la causa es realmente impresionante (y puede verse en este gráfico interactivo). Miles de personas anónimas se han unido colgando sus vídeos en las redes sociales. Según reporta la página web de la Asociación estadounidense promotora, en un mes se han recaudado casi cien millones de dólares, que no está nada mal. 

¿Qué podría objetarse con tan contundente muestra de solidaridad mundial? ¿Qué puede parecernos perverso del hecho de que los enfermos de ELA reciban cien millones de dólares? 

En primer lugar, que no son ellos quienes reciben ese dinero. Es una práctica muy recomendable para cualquier ciudadano crítico preguntarse siempre que se ve en los medios de comunicación algo relativo a un problema médico, quién estará detrás de la publicidad. Puedo afirmar que en la inmensa mayoría de los casos, detrás habrá un laboratorio farmaceutico. De manera que cuando veamos que en la televisión se habla demasiado de ese nuevo mal que aflige a nuestros niños y que llamamos ahora TDAH (trastorno de déficit de atención con hiperactividad), debemos sospechar que detrás hay laboratorios forrándose con el tratamiento. Medios tan poco dudosos como el New York Times han denunciado esa publicidad encubierta en el caso específico del TDA aquí. Y si de pronto todo el mundo empieza a hablar del triptófano, o del litio… es más que probable que los fabricantes del medicamento que los contiene estén pagando unos cuantos cientos de miles de euros para que se hable de ellos en los medios. 

¿Será que son los laboratorios quienes están detrás de la brillante campaña publicitaria del ELA? En este caso es fácil de comprobar. Los cien millones de dólares, de momento, van a parar a una asociación que está patrocinada fundamentalmente, según sus documentos públicos, por los laboratorios farmacéuticos más conocidos. Algunos dan más de 50.000 dólares al año a la asociación. Otros entre 10.000 y 50.000 (aquí la lista). Esos mismos laboratorios son los que luego presionan a los gobiernos para evitar la promoción de genéricos o la centralización de las compras en concurso público. Los que venden a gobernantes asustados cantidades millonarias de tratamientos contra la Gripe A que luego resulta ser una gripe común, mientras las medicinas se pudren en algún almacén ministerial. Los mismos que venden sus soluciones en cajas por el doble o el triple de lo que el enfermo requiere, llenando las casas de medicinas caducadas pero bien cobradas. Los mismos que denuncian a los gobiernos pobres que osan copiar sus patentes impidiendo que se haga negocio con ellas. Esos mismos son quienes están detrás del desafío del cubo de agua con hielo. 

¿Y qué? ¿Qué hay de malo, en cualquier caso, con que esos laboratorios capten dinero de la gente para investigar sobre la enfermedad? El efecto es sencillo de prever: si la gente pone cien millones, es probable que deje de ponerlos el Estado. No hay nada que objetar en ello si se sigue el axioma tan estadounidense de que el Estado debe hacer aquello que no es capaz de hacer la iniciativa privada. Pero otros creemos que el Estado debe suplir ciertas necesidades básicas, entre las que ocupa un papel fundamental la protección de la salud humana, se ocupe o no la iniciativa privada de hacerlo. El impacto del ELA o las enfermedades infrecuentes no debería estar al albur de la beneficiencia, de la caridad o de los cálculos económicos de los laboratorios. El Estado debe proveerse de sus propios centros de investigación, de sus propios médicos, de sus propios recursos, para no depender de los proveedores privados, por muchos convenios que firmen con ellos. 

Y luego está esa solidaridad fugaz y espasmódica, esa caridad pop, la del rastrillo navideño de las marquesas, la del anacrónico día de la banderita, el nefasto programa de TVE «Entre todos», los conciertos de rock y las canciones colectivas, la de la limosna que se tira al suelo al salir de la Iglesia… La que relaja y adormece las conciencias de la buena gente. La caridad que sustituye a la justicia social. La justicia social es obligatoria y está protegida por los poderes públicos. La caridad es voluntaria y se mantiene en el ámbito privado. Eso es lo malo del desafío del agua helada: que con la gracia del famoso mojándose pasamos un buen rato y nos olvidamos rápido de que el sufrimiento de los pacientes es real, nada gracioso, y que el Estado debería ayudarlos: no por caridad, sino por justicia social. 

Nadie lo explica mejor que este joven afectado por la enfermedad, en este vídeo sobrecogedor. Anthony se alegra de que la gente se eche agua helada por encima, y lo agradece, pero nos advierte de que oculta tras la gracieta pasajera, está la tragedia permanente y letal del sufrimiento humano que un Estado decente no puede dejar de atender. 

Todo el storytelling en una tabla periódica de elementos

Aquí está este maravilloso invento para jugar a componer historias. Interactivo, divertido, útil…

Aquí el enlace a la versión interactiva: 

 

Ocho lecciones de comunicación que aprendimos con Pedro Sánchez

Pedro Sánchez es el nuevo líder del Partido Socialista Obrero Español, después de enfrentarse a otros dos candidatos en unas elecciones primarias cerradas. Este artículo se publicó en Infolibre justo después de su victoria.

 

Primera: nunca desprecies a un segundón. Nadie daba un duro por él. Las apuestas estaban todas en nombres más sonoros: Susana Díaz, Carme Chacón, Patxi López, Eduardo Madina. Hasta hace menos de dos meses nadie anticipaba que «ese tal Pedro Sánchez»Â sería el líder de la oposición en España. (Tampoco, por cierto, había anticipado nadie que otro tal Pablo Iglesias convertiría Podemos en un actor político relevante). Sé que ahora llega el momento en el que alguien dice: «No es cierto: Fulanito en el el diario electrónico Elreducto.es predijo la victoria de Sánchez». Por supuesto, siempre hay algún friki que se desmarca de la opinión dominante, y ya sabemos cuántos padres y madres tiene la victoria y que la derrota sin embargo es huérfana. Pero seamos sinceros: en el liderazgo de Pedro Sánchez sólo confiaba al principio el propio Pedro y unos cuantos amigos más.

Segunda: de hecho, en procesos constituyentes, desconfía de los «preferidos» en un principio. En un libro ya viejo pero de enorme calado, El arte de la manipulación política, Josep Maria Colomer aplica la teoría de juegos a varios escenarios de la Transición política española. Explica así la elección de Adolfo Suárez por parte del rey, y cómo se maniobró con inteligencia para hacer esa elección posible. ¿Cómo? Por simple descarte de los favoritos, demasiado marcados, demasiado controvertidos, demasiado conocidos. Creo que al autor no le costaría aplicar esos mismos cálculos al comportamiento de los principales actores en la reciente renovación del liderazgo del PSOE. Susana Díaz: demasiado riesgo presentarse a esa elección. Carme Chacón: sería incoherente aceptar un juego al que te has opuesto. Ambas, demasiado conocidas, demasiado controvertidas. Las segundas opciones resultan ser en esos casos las más virtuosas. Y suben así como la espuma liderazgos inesperados, como en su momento el de Suárez, o también Barack Obama o Matteo Renzi.

Tercera: la clave en las elecciones internas son los cuadros intermedios, y si te empeñas en insultarlos, te castigan. En un encuentro privado reciente con Felipe González, a cuenta de otra cuestión que nada tenía que ver con el congreso del PSOE, el expresidente hacía notar algo muy importante, que es muy conocido por los politólogos: el poder se mantiene por coaliciones de tamaño relativamente pequeño. Un solo individuo no puede dominar a una población. Y una población completa no puede sostener a un individuo sin cuadros intermedios que hagan el trabajo. Se refería González al mismísimo Francisco Franco. De nuevo, un segundón, que es capaz sin embargo de canalizar el apoyo de un grupo de oficiales y suboficiales dispuestos a dar el golpe bajo su dirección. Llámalo aparato si quieres. Pero lo necesitas. Son los señores y señoras que van casa por casa con el papel para que te firmen el aval. Los concejales, los alcaldes de pequeños pueblos, los diputados regionales, asesores y empleados del partido. Un respeto por ellos, porque son los que tienen que quedarse hasta las tantas en el pleno municipal para votar una moción aunque sea para perderla. Los profesionales a cargo de la máquina. Es difícil ganar sin su beneplácito. Y contra ellos es casi imposible.

Cuarta: si tienes un escándalo que suscitar, mejor que tu material sea realmente importante, porque si no quedarás como un marrullero. Tengo la certeza que las ridículas acusaciones de que Sánchez estaba vinculado con Bankia –por pertenecer como concejal a su asamblea junto a otras 300 personas más y sin cobrar un duro por ello– fueron aprovechadas no sólo por el equipo de Madina, sino incluso más por el de Pérez Tapias, usando esa vieja táctica que consiste en decir «Mira qué caca más grande, pero de mi perro no es». Consigues con ello que el olor llegue igual al olfato de tu interlocutor. Por eso a mí me pareció moralmente lamentable y estratégicamente equivocado que ese día en que El Confidencial se prestaba para publicar la acusación, el país desayunara con Madina dando pábulo a la tontería en el foro de Europa Press y se acostara con Pérez Tapias pidiendo explicaciones a Sánchez a las 12.30 de la noche en Telemadrid. «Malas artes», había denunciado Sánchez, ganando son seguridad unos cuantos cientos de votos más. Y cuanto más insistían algunos en destacar el asunto en sus crónicas del día, más se reforzaba la reputación de Pedro Sánchez y más se ensuciaba la de quienes la ponían en duda.

Quinta: Twitter no es fundamental. Es importante, sin duda, pero no fundamental. Se pongan como se pongan los hipsters –y yo cada vez los veo menos elocuentes– la política sigue dirimiéndose fundamentalmente en los lugares de masas de siempre: los grandes diarios –en papel o electrónicos, pero grandes– y, por supuesto, las grandísimas televisiones y las grandes emisoras. Y además está Twitter.

Sexta: te centra el que tienes a la izquierda o a la derecha. No había grandes diferencias entre los tres candidatos. Por mucho que se empeñara en distanciarse Pérez Tapias, ni siquiera en él había grandes diferencias programáticas. Pérez Tapias hizo notar su ausencia en la votación de la reforma constitucional, pero había votado con su grupo el letal paquete de medidas de ajuste de Zapatero o su controvertida reforma laboral. Y lo hizo porque su voto era necesario para alcanzar la mayoría. Sánchez lo sabía y podría haberlo usado si la cosa se hubiera puesto difícil, por ejemplo en el debate. Pero a lo que vamos: las diferencias eran perfectamente salvables a la hora de la verdad. Incluso ese supuesto republicanismo o su opción favorable a una consulta en Cataluña, resultaban ser la excepción que confirmaba la unidad esencial. El republicanismo más radical o la condescendencia con la consulta resultaban relativamente exóticas dentro del PSOE. Por eso hizo bien Sánchez en señalar todo el tiempo que Pérez Tapias e Izquierda Socialista eran necesarios. Pero como corriente, claro. Reforzando el papel de la corriente minoritaria, la mantienes minoritaria.

Séptima: es el relato moral, no las propuestas; es quién habla, no lo qué dice. Si las diferencias no eran programáticas, debían ser entonces personales. Hace tiempo que el PSOE no tiene un problema tanto de ideas –hay una Conferencia Política en la que participaron cientos de personas– como de credibilidad. Dice Sánchez que la clave es «hacer lo que decimos y decir lo que hacemos». Por eso me parece a mí –que no soy objetivo ni neutral en absoluto, advierto– que tiene un enorme poder esa historia de la carretera, del coche, de las noches en las casas de los militantes. Pero para poder contarla, había que haberla vivido (recordemos que lo importante no es el storytelling, sino elstorydoing). No vamos ahora a pedir la canonización del secretario general electo, pero su narrativa resultaba más convincente que aquello del «shock de modernidad«, las gafas y el flequillo o el toque naïf de «Edu», dicho sea con todo el respeto por mis amigos, que se dejaron la piel en la campaña de Madina. A fin de cuentas, los españoles habíamos visto una y otra vez a Eduardo sentado en el escaño detrás de Rubalcaba o a su lado en la ejecutiva del PSOE. Y ya puestos, es probable que los militantes del PSOE, en la situación en la que está el país ahora, prefieran un «don Eduardo» que un «Edu», si se me permite la broma.

Octava: la mejor acusación que pueden hacerte es que sólo eres marketing. No siempre, pero en muchos casos la afirmación según la cual un producto o un servicio es «puro marketing» esconde un cierto punto de admiración por ese producto o servicio. Coca-Cola es puro marketing, Apple es puro marketing… Podemos es puro marketing o Pedro Sánchez es puro marketing. No hay problema: eso significa que funcionan. La clave es vigilar para que los críticos no lo aprovechen y pongan la atención sólo en la forma y no el contenido. Tomando una buena carne cerca del Congreso, me decía mi amigo Javier Valenzuela con simpática ironía: «Pedro Sánchez debería equivocarse en algo, para que no parezca tan estudiado». Y otra buena amiga, Joana Bonet, me explicaba lo mismo. Y ella sabe bien lo que dice: los guapos y las guapas, ya se sabe, tienen que hacer un esfuerzo adicional para no parecer tontos.

Postdata: Declaración de intereses. He colaborado en la campaña de Sánchez.

Él me ofreció participar en su campaña y lo hice. Voluntariamente, en los dos sentidos de la palabra: sin remuneración alguna y sin que ningún tercero me lo pidiera. De manera que cuanto digo aquí tiene ese sesgo inevitable. Aun así, en mi análisis trato de no dejarme llevar por mis querencias, y confío en que el lector o la lectora sepa perdonarme si lo hago.

Matar a un niño y esconderlo tras las palabras

Publicado en @infolibre

 

 

Desde los años 50, tras la creación del Estado de Israel, los rabinos, los intelectuales, los periodistas, los artistas y los políticos del país, han puesto un esmero exquisito en el cultivo, el riego y la diseminación de determinadas palabras que permitan custodiar el relato milenario del pueblo judío. Ben Gurion, el fundador del Estado, se vinculó personal y activamente en esa tarea. Entendió algo que saben muy bien los padres y las madres de la patria, y que hace décadas dijo Benedict Anderson: que las naciones son «comunidades imaginadas», construcciones sociales. Requieren referencias a un origen común –quizá mítico– a unas características específicas –puede que étnicas– a una historia compartida, un enemigo con el que contrastar, unos héroes que admirar, una bandera que honrar, un himno que cantar…

En otras palabras, las naciones, todas ellas, son realidades inventadas.El pueblo judío también es una invención. Shlomo Sand, profesor de la Universidad de Tel Aviv e hijo de supervivientes del Holocausto, recorre precisamente ese proceso de creación en un libro muy riguroso y con título poco dudoso: La invención del pueblo judío. Nada que objetar. Está en la condición humana crear culturas, lenguas, tradiciones, ritos y liturgias para distinguirse del otro.

Pero a veces ese ejercicio colectivo es obsceno, y eso es lo que está pasando estos días en Gaza. Basta echar un vistazo a la cobertura que los medios israelíes están haciendo de los ataques contra la Franja, para indignarse ante tan despreciable tergiversación. Veamos, por ejemplo, el Jerusalem Post.

En el mundo inventado por los israelíes, los niños muertos que nosotros vemos no están. No hay familias palestinas hostigadas bajos salvajes bombardeos indiscriminados, ni casas ni hospitales ni aeropuertos ni centrales eléctricas destruidas. No hay referencias, como las que ve el resto del mundo al hacinamiento, el desempleo, la pobreza y la humillación a los que Israel somete desde hace 50 años a los palestinos, cuyo territorio ha ido invadiendo y ocupando y colonizando progresivamente, justificando la invasión con el retorno a una «Tierra Prometida»Â siglos después del éxodo según el mito bíblico.

Para el Estado de Israel y todos sus poderosos amigos, eso que vemos es la operación Margen Protector. Una operación militar, dentro de una larga «guerra» en la que «los terroristas» matan soldados israelíes que sólo se defienden. Palestina no existe en las crónicas, y menos aún los palestinos. Se dice que se han atacado unos 3.000 «objetivos terroristas». Con la excusa de que los «terroristas» esconden sus arsenales en las casas de la población civil, arrasan sin contemplación barrios enteros. Y si mueren civiles serán «bajas», efectos colaterales involuntarios por culpa de Hamás.

La desproporción del conflicto se percibe muy bien al leer la cobertura de los mismos acontecimientos en la prensa palestina. Por ejemplo, allí se celebra a lo grande la captura (el «secuestro» dirían al otro lado) de un soldado israelí. Lo celebran alegremente porque hace un par de años,Israel liberó a mil presos palestinos a cambio de la entrega de un solo soldado de Israel. En otras palabras, esa gente sale a la calle, entre cascotes y escombros (en pleno Ramadán, por cierto, crueldad adicional de los judíos, tan ortodoxos con sus propios ritos y tan displicentes con los del otro), porque de pronto para miles de familias se abre la esperanza de que entregando a ese soldado, quizá liberen a otros mil palestinos.

En las dos semanas de ataque brutal a Gaza, ha muerto un millar de personas inocentes, pero «sólo» dos decenas de soldados israelíes. Sin embargo, la prensa judía presenta el conflicto como la defensa propia de un país democrático que sólo quiere vivir en paz y protegerse de los terroristas.

Es probable que alguien de la embajada de Israel mande una nota protestando por este artículo, o que me llame por teléfono (ya he tenido alguna de esas amables conversaciones). Tambien es probable que ese alguien vuelva a aplicar el argumentario apelando por enésima vez al Holocausto, sugiriendo así sutilmente que al escribir yo estoy justificando la barbarie de aquel genocidio. Atenderé la llamada con todo respeto. Pero yo creo que ha llegado la hora de perder el complejo y de decir alto y claro que Israel está actuando de manera criminal y aplicándose sin pudor en una aniquilación salvaje del pueblo palestino.

Guía para que parezca que has leído el libro del que todo el mundo habla

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Publicado en InfoLibre el día 1 de mayo de 2014

No porque no quieras leerlo: yo llevo una cuarta parte de sus 500 páginas (sin contar notas y apéndices), y te aseguro que merece la pena. No. Te doy esta guía porque no podrás leerlo de momento a menos que quieras hacerlo en inglés y compres la edición electrónica o lo cojas en una biblioteca si es que lo tiene alguna. Está completamente agotado. Pregunté por él en dos librerías de Nueva York, la muy comercial Barnes& Noble de Union Square y la muy fascinante Strand de Broadway. Nada. Volví a preguntar en la librería del Banco Mundial en Washington, que lo tiene todo. «Lo siento, el libro está agotado. Se supone que van a tirar otros 20.000 o 30.000 ejemplares».

Sorprendente, porque se trata de un auténtico tratado de Economía, larguísimo, salpicado de conceptos complejos, que está escrito por un francés (y sabemos que lo francés no cuenta con la simpatía inicial de los estadounidenses) y porque no hace muchas concesiones a la literatura, más allá de algunas menciones cultistas al realismo de las novelas europeas del siglo XIX.

Hablo, por supuesto, del libro de Thomas Piketty, Capital in the Twenty-First Century. ¿Por qué ese éxito? ¿Qué dice? Y también, ¿por qué debemos ayudar a que sus ideas se extiendan?

Thomas Piketty (pronúnciese «Tomás Piketí») ha revisado más de un siglo de datos de la economía de dos decenas de países. Los cálculos sobre lo que esos países produjeron e ingresaron. Los datos de cómo distribuyeron sus ingresos. El economista ha recogido los cálculos sobre la riqueza mundial y cómo llega. Ha mirado en cada rincón de la economía mundial y de su historia. El trabajo y su muy fluida exposición a lo largo del libro, que se recorre más como un paseo que como una escalada, proporciona decenas de datos curiosos y de ejemplos e ilustraciones interesantes. Pero la línea argumental es muy poco anecdótica, muy sustancial y muy inspiradora.

Piketty plantea el problema nada más empezar el libro: «Cuando la tasa de rendimiento del capital supera la tasa de crecimiento de la producción y el ingreso, como sucedió en el siglo XIX y parece bastante probable que pase en el XXI, el capitalismo genera automáticamente desigualdades arbitrarias e insostenibles que dañan radicalmente los valores meritocráticos sobre los que se asientan las sociedades democráticas».

Pese a la complejidad de los análisis, sobre los que, sin embargo, el economista francés te guía de manera sumanente didáctica, la tesis es bastante sencilla: no es verdad ese axioma conservador según el cual «el aumento del caudal eleva a todos los barcos», es decir, que el crecimiento favorece a todos de forma similar. No: hay momentos en la historia, explica y demuestra el libro, en que a través de incrementos muy superiores del rendimiento del capital (inmuebles, por ejemplo), una concentración de la riqueza en unas pocas manos, salarios estratosférios, autoconcedidos y completamente injustificables a los grandes directivos, y unas leyes que permiten que eso se perpetúe y aún aumente (eliminando impuesto de sucesiones o facilitando transmisiones patrimoniales), crece la desigualdad y el famoso 1% se refuerza en sus privilegios y su extraordinario poder.

Sucedió, dice Piketty, en el siglo XIX, y podría estar pasando ahora, especialmente desde los años 70 y 80. No sucedió en el siglo XX porque las guerras mundiales actuaron como un nivelador que alivió las desigualdades por la vía más trágica y porque en los años 50 se optó por el Estado Social como modelo, con fuertes inversiones públicas en igualdad a través de la educación pública, la salud pública, las pensiones y los subsidios, etc. Naturalmente, eso implicó la instauración de un sistema fiscal progresivo, improvisado en buena parte en el periodo caótico de las dos guerras. Pero en sociedades como la nuestra, con tiempos de paz muy sostenida, con crecimientos que tienden a estabilizarse –convenientemente, dice Piketty– entre el 1 y el 2% –sucede que unos pocos cada vez tienen más, se fijan a sí mismos sus propios privilegios, copan los accesos a las mejores universidades –Piketty detiene su atención particularmenten en la educación superior– establecen sus propias normas y las de los demás, y fijan sus propios impuestos. Al mismo tiempo aumenta la distancia con el resto y la desigualdad se hace más patente.

Las propuestas de Piketty son tan concretas que dan título a sus subcapítulos: un sistema fiscal verdaderamente progresivo, que no admita lo que sucede ahora en Estados Unidos o en Europa, donde los más ricos entre los ricos pagan proporcionalmente menos que los demás. Un impuesto «confiscatorio» del entorno de un 80% sobre las rentas del capital excesivas (intereses, rentas inmobiliarias, dividendos), y sobre los salarios de infarto que se autoasignan las grandes compañías, como el que se ha aplicado de hecho en Estados Unidos desde la Gran Depresión y hasta los años 80 del siglo XX. Un impuesto global a la riqueza –utópico reconoce el propio autor– que grave los ingresos no productivos. Por ejemplo sugiere Piketty, en un 1% si el ingreso es de entre 1 y 5 millones de euros, o en un 2 si los ingresos son superiores a 5 millones. O un incremento inmediato de la transparencia en las transacciones internacionales. Por ejemplo con una transmisión automática de los datos de la banca mundial.

Dos centenares de líderes de opinión europeos discutían el otro día en Amsterdam posibles medidas para «hacer que las políticas progresistas funcionen». En Economía no estábamos de acuerdo en nada. Para unos había que subir impuestos; para otros, bajarlos. Si alguien decía que había que imponer el impuesto de sucesiones, a otro eso le parecía casi trotskista. Basta mirar el lamentable manifiesto de los socialistas europeos para las próximas elecciones al Europarlamento, para constatar la lamentable vaguedad de la socialdemocracia y su aburguesamiento. Cómo no iba a ser así si en la propia Unión Europea se permite que haya paraísos fiscales como Luxemburgo o Andorra, o limbos como Irlanda o la propia Holanda.

Puede que en Piketty haya algo de marketing editorial y de este déficit de atención que nos aflige al ritmo de trending topics, pero creo que hay mucho más. Con conocimiento de causa, con elegancia, y sin dogmatismos Piketty le dice al mundo lo que el mundo intuye: Que hay una ínfima minoría con enormes e indecentes privilegios. Y también le dice al mundo lo que el mundo quiere oír: Que hay soluciones científicas, concretas y sí, de fuerte inspiración ideológica, para que eso deje de ser así.

La guía del titular irresistible en 5 minutos: 8 fórmulas radicalmente eficaces para conseguir que tus lectores no pasen de ti olímpicamente

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Bueno quizá no sean siempre tan eficaces, pero si has llegado hasta aquí no empezamos mal.

Me acabo de encontrar con un artículo interesante que fija las ocho cosas que hacen que en Internet los artículos, los posts, los tuits, tengan especial interés. Obviamente, son las mismas ocho cosas que funcionan en el mundo analógico de toda la vida. Pero ya sabemos que a la gente que anda en Internet aún le gusta que le hablen de Internet…

Aquí estás las ocho cosas:

1. La sorpresa

Obama, por ejemplo, consigue según parece especial viralidad cuando pone esas exclamaciones del tipo «Â¡Pues sí, me gusta Obamacare!» o preguntas sorprendentes como «Â¿Quieres cenar conmigo?». Esa disonancia de «escuchar» a un presidente decir cosas con tanta naturalidad, produce una sorpresa que invita a compartir.

2. Las preguntas

Es un clásico. La pregunta fia la anteción y predispone a la lectora a saber qué podrá encontrar. No tiene mucho secreto. Los publicitarios conocen el efecto desde antiguo.

3. La curiosidad

Por ejemplo: «El secreto mejor guardado en la mesilla de noche del presidente», «Adivina quién estaba cenando el lunes con Messi…» El cotilleo, la información «confidencial», los «nos cuentan qué…», las campañas teaser… Y las propias curiosidades. Según parece uno de los libros más comprados en Navidad para los muy curiosos niños y adolescentes es el famoso catálogo de los récords del mundo. No nos resuelven la vida, pero en la sala de espera de un dentista el libro triunfaría.

4. Lo negativo.

El artículo que estamos adaptando aquí cita un estudio de 65.000 titulares y descubre que el uso de superlativos negativos incrementa un 30 por ciento la lectura del contenido.

5. El uso del «Cómo..»

Está estadísticamente demostrado que funciona muy bien el «Cómo llegar», el «cómo hacerse rico» o «cómo hacer amigos». Los lectores no buscan tanto información como una cierta estructuración de su mundo. Y el «cómo» ayuda. Pero también muestra la estadística que funciona mejor aún la fórmula «guía para principiantes», o el «paso a paso», o el «hazlo tú mismo», o «lo que sea para torpes».

6. Los números

Por supuesto, puede que los números sean la estrella de los buenos titulares. Números en general y números en forma de lista. Los decálogos, las listas de éxitos, los 40 principales, las cien primeras medidas… De nuevo, un estudio bien interesante, comparando el uso de varias técnicas con un mismo titular, demuestra que el número sigue siendo el rey. Vamos a por la séptima fórmula:

7. Las referencia a la audiencia

Otro estudio compartivo: En Noruega se midió la eficacia de hacer referencia a la audiencia en un titular comparándolo con otro similar genérico. Tenía más éxito el titular «Â¿Es éste tu Iphone 4?» que un simple «Se vende Iphone 4».

8. La concreción

Nunca lo dijo de esa manera, aunque sí parecido, pero se atribuye a Stalin la frase «un millón de hombres muertos son una estadística; un hombre muerto es una tragedia». Las historias concretas son mucho más poderosas que los conceptos abstractos.

¿Quién tiene la culpa? Los recortes provocan conflictividad social

(Continued)

El selfie: cinco consejos

Incluso la muy estudiada y bien cobrada foto de Ellen DeGeneres en la ceremonia de los Oscars parece ingenua y espontánea. Es la gracia de una foto tomada por uno mismo alargando el brazo. Aquel selfie tan bien pensado por Samsung fue la foto más retuiteada hasta hoy. No nos engañemos: no lo habría sido si no se  hubieran puesto en marcha las maquinarias de la comunicación convencional. Si no hubieran hablado de esa foto los grandes diarios (electrónicos o de papel), las grandes televisiones, las grandes radios. A fin de cuentas, la inmensa mayoría de los espectadores del momento estaban siguiendo la ceremonia por la televisión o con las imágenes de la televisión, y la autofotografiada es ella misma una estrella de la televisión.

En broma, pero con una carga de profundidad que su equipo seguro que había premeditado, el mismo Obama hace unas horas le ha dicho a Ellen que aquello fue «un truco bastante barato, conseguir posar con un montón de celebrities de fondo». Es sabido que la foto de Obama y Michelle el día de su reelección (no un selfie, sino una foto del extraordinario fotógrafo oficial de la Casa Blanca, Pete Souza, que tiene una superrecomendable cuenta en Twitter) había sido hasta entonces la más reenviada de la corta historia de Twitter.

Hay algo fascinante en esa foto de uno mismo, cuando es hecha por un político o por un líder social. El selfie sugiere espontaneidad, sí, pero también autonomía («no necesito que nadie me haga la foto»), simpatía (sigue teniendo cierta gracia sacarse una foto uno mismo desde su móvil), y sentido de compañerismo (porque en muchas ocasiones, la foto se hace en compañía de otros).

Aquí van cinco consejos para hacerlo bien:

1. Cuando alguien te pida un selfie, acepta (pero mira el punto 5). Incluso toma tú la foto. He visto varias veces a las celebridades más habilidosas que, cuando alguien les pregunta si pueden sacarse una foto con un móvil, son ellos mismos o ellas mismas quienes cogen el aparato y se hacen la foto pegando su cabeza a la del admirador… Como diciendo: «soy yo mismo quien te saco la foto, y así el docuemento gana en calidad».

2. Aprovecha el selfie para ocasiones curiosas que de otra manera serían imposibles de fotografiar. Por ejemplo, imágenes de backstage o de bambalinas, imágenes familiares, momentos en los que no hay fotógrafos delante, ocasiones inesperadas. Es siempre mejor, porque es más auténtico, que seas tú mismo quien tome esas fotos, y no que se lo pidas a otra persona. Es curioso, pero posar para uno mismo es posar menos.

3. Distribuye tú mismo el selfie en tu cuenta de Twitter. A la espontaneidad de la foto se le añade la frescura de la red electrónica por excelencia.

4. Pero el truco son los grandes medios. No te quedes en Twitter. Si tienes un buen selfie, hazlo llegar a alguna agencia o algún medio relevante. Probablemente lo tomarán ellos mismos de Twitter, pero no abandones la maquinaria clásica de difusión. Trabaja para hacerlo notar donde verdaderamente es importante: en las televisiones, en las radios, en los grandes diarios… Muchos, millones, vimos a Ellen & Friends en Twitter, pero fueron miles de millones quienes la vieron en los medios convencionales. Ese es el truco que se aprende en «primer curso de redes sociales». Por cierto, los medis compran muy bien las fotos de selfies. Es decir: la foto de Obama con Hellen Thorning-Schmidt tomándose la foto. O la foto de Ellen con sus amigos tomándose la foto. O la foto de los jovencitos con el papa Francisco tomándose la foto…

5. !Cuidado, piénsalo dos veces! El selfie sugiere broma, entretenimiento, ocio, diversión. Si tu asunto es serio, mejor dejar el selfie aparte. Por otro lado, al candidato Weiner le costó la elección la excitación que el muy torpe debía sentir enviando autorretratos con su torso desnudo a alguna amante. Ya sabemos que los actos autónomos de hoy los carga el diablo: rápidos, muchas veces sin pensar, impulsivos… A veces quizá sea mejor negarse a una foto. Por poner dos ejemplos excéntricos: si quien la pide es un borracho; o un conocido personaje proscrito por la opinión pública; o nos pide que nos pongamos algo en la cabeza («regla de oro número uno», dijo Obama: «si eres presidente no te pones nada en la cabeza»).

Cumpliendo más o menos las normas y el sentido común que indica que uno no debe hacer nada con sus utensilios electrónicos que no haría con los analógicos, el selfie es, sin duda, un gran invento.