martes, 17 de febrero de 2009

cOnciencia mOral!!!!

Los actos morales, como actos que son, están orientados hacia el exterior, la realidad, el mundo, los demás. Pero, por ser morales, tienen un aspecto interno, que es el que hace que sean valorables. No podemos olvidar que somos morales porque sabemos que podemos elegir, porque sentimos que tenemos posibilidad de seguir caminos diferentes en nuestra vida, porque nos damos cuenta de que nuestras acciones tienen consecuencias. La conciencia de estas consecuencias es la base del aspecto interno de la moral, en ella está el origen de la valoración de nuestros actos, nuestros hábitos o nuestro modo de vida. Pero la conciencia moral es también conciencia de la libertad, conciencia de que no todas las posibilidades de elección son igualmente valiosas. Por eso es especialmente importante plantearnos qué es y como funciona. La misma palabra que usamos para referirnos a ella ya nos da una pista: estar consciente significa darse cuenta de lo que ocurre alrededor. La conciencia es una forma de conocimiento o de percepción. La conciencia moral es con lo que nos damos cuenta de lo que vale, de lo que merece la pena para la vida, de lo que es bueno -o bien, de lo que no merece la pena, de lo malo, de lo que hay que evitar-.

Al definir la conciencia como un tipo de conocimiento o de percepción estamos reconociendo que es una realidad compleja. Cuando valoramos una acción realizada o por realizar, la conciencia moral puede actuar de maneras diferentes: podemos sentir que lo que hemos hecho o vamos a hacer está bien o mal, sin saber exactamente por qué; podemos también analizar las consecuencias reales o posibles de nuestra acción y su conveniencia; podemos recurrir a pensar en normas previamente aceptadas para enjuiciar la acción... A lo largo de la historia, distintas corrientes de pensamiento sobre la moral han dado mayor importancia a alguno de estos modos de actuación de la conciencia moral.

el hedOnismO

El Hedonismo es una teoría moral que constituye al placer (hedoné) en bien último o supremo fin de la vida humana. Un grupo de teorías morales, tanto en la Antigüedad como en la Edad Moderna, han supuesto que el fin último o bien supremo del hombre se identifica con el placer y la felicidad. Según estos estudios, todo cuanto el hombre hace o intenta, tiene siempre valor de medio para otra cosa: solo el placer es buscado por sí mismo, y a la obtención del placer se encaminan, en definitiva, todos los demás esfuerzos.

amOr y sOlidaridad!!!


Habitualmente se asocia el término con el amor romántico, una relación pasional entre dos personas con una influencia muy importante en sus relaciones interpersonales y sexuales mutuas. Sin embargo, se aplica también a otras relaciones diferentes, tales como el amor platónico o el amor familiar, y también, en un sentido más amplio, se habla de amor hacia Dios, la Humanidad, la Naturaleza, el Arte o la Belleza, lo que suele asociarse con la empatía, y otras capacidades. Según Gottfried Leibniz, «amar es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad». En la mayoría de los casos significa un gran afecto por algo que ocasiona felicidad o placer al que ama. Sobre todo en el mundo occidental, suele ser contrastado, evitado o contrarrestado por el odio, desprecio o egoísmo. Según opiniones, el amor no es privativo del género humano, sino que incluye también a todos aquellos seres que puedan desarrollar nexos emocionales con otros, como, por ejemplo, animales como los monos, los delfines, los perros, los elefantes, etc. Existe incluso quienes piensan, bajo criterios no científicos, que las plantas crecen mejor si reciben amor.


La solidaridad nace del ser humano y se dirige esencialmente al ser humano.
La verdadera solidaridad, aquella que está llamada a impulsar los verdaderos vientos de cambio que favorezcan el desarrollo de los individuos y las naciones, está fundada principalmente en la igualdad universal que une a todos los hombres. Esta igualdad es una derivación directa e innegable de la verdadera dignidad del ser humano, que pertenece a la realidad intrínseca de la persona, sin importar su raza, edad, sexo, credo, nacionalidad o partido.