Entrevista con Raúl Cimas

Raúl Cimas es un cómico ampliamente conocido por su trabajo como monologuista y su participación en programas como La hora chanante, Muchacha Nui o Museo Coconut. Recientemente, bajo el sello de Blackie Books, ha publicado el cómic Demasiado pasión por lo suyo, que supone su primera incursión en un medio que siempre ha conocido y disfrutado. Durante el pasado Saló del Cómic de Barcelona tuvimos la ocasión de realizarle una entrevista a Raúl en la que hablamos de cómics, humor y flipaos. Queremos agradecer a la gente de Blackie Books y al propio Raúl Cimas su amabilidad y colaboración en la realización de esta entrevista.

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¿De dónde te viene la afición por dibujar?

Hombre, de niño. Con lo que he hecho ahora he cumplido mi sueño de niño. Yo dibujaba tebeos, y leía muchos, además impropios de mi edad, porque leía Creepy, 1984, Comix Internacional… Era porque al ir al colegio pasaba por una antigua tienda de cómics que habían convertido en vídeo club, el mismo local y el mismo dueño. Y tenía mogollón de restos de aquellas ediciones de Toutain y vendía tres por cien pesetas. Un amigo y yo nos aficionamos y nos llegamos a montar una comicoteca en el garaje de su tío, pero duró dos semanas [risas]. Hasta que su tío dijo «¿qué es toda esta mierda?» [risas].

Hoy en día hay negocios que duran menos que eso, ¿eh?

Sí, sé que hay tiendas de cómics que han durado menos que mi comicoteca [risas].

Luego tú estudiaste Bellas Artes en Cuenca. ¿Ahí intentaste hacer algún cómic dentro del contexto de la carrera?

No, ahí se me quitaron las ganas. Me equivoqué haciendo Bellas Artes.

¿Por qué no fue lo que tú esperabas?

Sí, me acomplejó mi dibujo… Para mí el dibujo era una cuestión de pasión, y una vez que lo conviertes en tus estudios dejó de serlo y ya era un coñazo, mi madre me pedía las notas, tenía que ir a clase… El cómic allí tampoco era lo que más les motivaba…

¿No había ninguna asignatura sobre cómic?

No, de cómic no. Había dibujo al natural, y hubo una que fue la que más disfruté, que era la más parecida al cómic o al menos yo me la llevé allí: Dibujos y proyectos. Tampoco es que nadie dijera allí «el cómic es una mierda», además, la de Cuenca era una facultad muy abierta de mente. No, fue cosa mía. Dejé de disfrutarlo. Y luego pasaron años, empecé con la comedia, y entonces lo retomé como hobby. Hace algunos años, cuando escribíamos en la oficina para Museo Coconut. De hecho este libro viene por Joaquín [Reyes], que era fan de los dibujos que yo hacía, y que al contactar Blackie Books con él, como ya publicaba con Mondadori, les dijo: «Hostias, mirad lo que hace Raúl». Como tantas cosas buenas que me han pasado en la vida esto me viene de Joaquín.

Yo entrevisté a Joaquín el año pasado cuando sacó Realidad a la piedra, y me decía que él sobre todo se considera dibujante, y que es lo que le gusta hacer, lo que pasa es que la vida luego te lleva a otras cosas.

No, pero Joaquín no lo abandonó nunca. Su paso por la facultad además fue triunfal. Lo sé porque Ernesto [Sevilla] y yo llegamos un par de años después y todo el mundo hablaba de Joaquín y del Borra, que formaban un dúo artístico, Ácaro, que hacía cosas increíbles. Los conocía todo el mundo. Hicieron una Nancy que le pegabas y vomitaba sangre [risas]. Era muy gore, estaba muy bien. Tanto Ernesto como yo dejamos un poco el dibujo y nos pusimos a hacer cortos, a nuestra bola.

Y tampoco hay tiempo para todo, llega un momento  en el que tienes que elegir…

Bueno, ya te digo que fue currando en otra cosa cuando recuperé otra vez el dibujo, era como una puerta de salida.

¿Como hacer un descanso, quizás?

Sí, es algo que como hobby es muy relajante, llegar a casa y pensar en otra cosa es algo que me funcionaba muy bien.

¿Y piensas que a los fans de vuestro trabajo en televisión les puede sorprender que saques un cómic?

Seguro.

Yo sí sabía que a ti te gustaba el cómic, pero quizás la gente está más acostumbrada a ver los dibujos de [Carlos] Areces y de Joaquín, porque hacían las animaciones y demás…

Bueno, pero de puta madre, es uno de los alicientes del tebeo. Pero claro que les sorprende, incluso a muchos amigos míos que hice después de la facultad, compañeros cómicos que no tenían ni puta idea de que yo dibujaba. Bueno, algunos sí porque he dado la murga bastante con esto mientras lo hacía [risas]. No sé si tanto por enseñarlo como por contarlo. Me ha tenido bastante… no sé si obsesionado, pero sí muy entretenido. Un flipao más [risas]. Al final hablando de los flipaos me he convertido en uno más, además del cómic, que es como el paradigma del flipado [risas].

[Risas] Bueno, vamos con la típica pregunta que hay que haceros cuando publicáis la primera obra: ¿qué influencias tienes, si es que tienes alguna?

Bueno, yo puedo decirte los autores que me molan, que habrán tenido influencia… pero creo que esto está más cerca de lo que he escrito siempre para Muchachada Nui o Museo Coconut que de los cómics, sólo que lo cuento dibujando. Yo con lo que más me he reído es con Odio, de Peter Bagge. Y luego me encantan Joe Matt, Chester BrownJason me gusta mucho. No sé, no creo que se parezca mucho a lo mío todo esto.

No, no te creas, igual sí.

Sí, puede que Joe Matt, por lo autobiográfico.

Sí, sí, lo veo.

Quizá es ése el que más, sí.

También por la poca piedad consigo mismo que tiene Joe Matt. Yo eso lo veo en cómo te dibujas tú.

Sí, puede ser. Hombre, desde luego nadie podrá decir que me dibujo más guapo de lo que soy [risas]. Por ahí tengo claro que no me van a pillar.

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Cubierta de un número de la serie de Joe Matt en Drawn And Quarterly.

¿Lo de dibujarte durante todo el tebeo desnudo va por ahí?

Estamos todos desnudos.

Sí, pero hay personajes que se desnudan cuando tú se lo pides, pero tú siempre lo estás.

Claro, porque es un proyecto personal, y se supone que estoy en casa.

Y en casa estás desnudo siempre, ¿no? [risas]

En verano muchas veces, desoyendo las denuncias de los vecinos [risas]. Es un poco metafórico, pero también, lo cuento siempre, un poco de vaguería: no me apetecía ponerme a diseñar el traje de la gente, no tengo ni puta idea de estética, como se puede ver por cómo me visto. Esa psicología de ponerle a Flíper Názarin un cárdigan, o quién iba a llevar unos bombachos… no quería pasar por ese proceso. Así que todos desnudos. Me hace gracia, no sé, es algo visceral.

Iguala a la gente también. Desnudos, en peor o mejor forma todos somos iguales. No hay clases sociales en un desnudo, no vemos su estatus.

Claro, además es que eso es muy básico, lo de desnudarse como metáfora. Se dice en el tebeo, incluso. Se lo dice a Pedro Panadero, que es el único que no se desnuda.

Creo que es el personaje con el que más me he reído, por cierto.

A mí me encanta también, siempre fue de mis favoritos. Teníamos dudas por si luego era desagradable o no se entendía, pero tiene cierto punto de ternura. Al fin y al cabo es una víctima de sí mismo. Éste era un tío al que yo odiaba.

¿O sea que este tío existió de verdad?

Sí, cuando jugaba al fútbol a la salida del colegio había un tío que salía al balcón y gritaba: «¡Me cago en dios, que soy panadero!» [risas]. Y su mujer también: «¡Que mi marido es panadero!». ¿Y? ¿Qué cojones quieres, que un colegio de niños se pare entero? «Que tenemos un vecino panadero, no vamos a ser como otros colegios que tienen vecinos normales, nosotros a esas horas tenemos que estar calmados» [risas]. Recordando esa historia pensé que este hombre era, no sé si un auténtico flipado, pero sí la persona más terca, que no ve lo evidente, la vida te ha podido, ¡que es un colegio!

Sí, y pierde el contacto con la realidad.

A veces pasa. Te ponen un colegio en frente de casa y te tienes que ir, ¿qué puedes a hacer?

La página de Pedro Panadero en la que entra en un bucle con las cosas que le proponéis tú y su hermano me encanta, me parece que define al personaje.

[Risas] Y yo creo que me he quedado corto, ahí dudé si hacer tres páginas o una. Y ahora lo veo y creo que daba para tres. Pero quería que el tebeo se leyera rápido, que fuera ágil. Había bromas muy surrealistas, y si encima lo hago lioso… Pero igual esas viñetas las hago algún día. Hay muchas más razones que puedo meter, hasta la exageración.

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La citada página del bucle de Pedro Panadero.

Demasiada pasión por lo suyo era el nombre de una sección de Muchachada Nui. ¿La escribías tú?

Sí, sí.

Era un poco diferente porque salían personajes históricos, pero ya estaba el personaje de Yogur de Piña.

Sí, yo llevo tiempo obsesionado con la figura del flipao, he dedicado mi vida a eso. Toda mi corta vida artística la he llevado a eso. Aquella sección era como hacer el top ten de flipaos y por eso estaban Bela Lugosi, Johnny Weissmuller, Van Gogh… Y un día hablando con Joaquín de hacer un cómic juntos pensamos en eso. Pero luego empecé yo a hacer este tebeo, y me gustaba porque era el mismo punto de unión. Y me gusta más porque son gente más cercana.

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Ernesto sevilla caracterizado como Friedrich Nietzsche en la sección de Demasiada pasión por lo suyo.

Y quizás te da más libertad también, porque en esa sección hablabais de hechos reales.

Sí, pero si te pones a buscar flipaos en la historia te digo yo que también da para diez tomos. Pero creo que estaba mejor retratar gente que podía estar cerca de ti de alguna manera.

¿Todos los personajes están basados en gente que tú has conocido?

No, no. El personaje de Flíper Názarin por ejemplo es una idea de mi hermano Fernando; luego ya la historia la escribí yo. «Humor mínimo» va de las chupipandis que todos hemos tenido, pero también es un término que acuñó [Nacho] Vigalondo… Estuve toda una noche partiéndome el culo con él con eso, la gente que no arriesga nada con sus chistes.

Sí, esos chistes típicos y ya conocidos…

Sí… es una cosa que si no la dices no pasa nada. Pero ayuda a decir «sigo vivo», y hay gente que funciona así.

Sí, diciendo cosas del tipo «efestiviwonder», ¿a quién le puede ya hacer gracia eso? [risas]

Bueno, eso ya al final no es ni humor mínimo [risas]. Eso es un crimen, como lo de «cacahué». Pero a mí me gustan mucho esos comentarios de madre: «Yo me tomo un café y me subo por las paredes». ¿Por qué? Te pides un café y alguien comenta: «Uuuh, yo me tomo un café y me subo por las paredes». ¿Y qué? [risas]

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El horror del humor mínimo.

Hay una frase que creo que no aparece en el tebeo pero lo dicen muchos de tus personajes, que es «a mí no me hacen falta sardinas para beber agua», que siempre me ha fascinado, me hace mucha gracia pero no termino de entenderla. ¡Quizás por eso me hace gracia! No la ubico y me parece genial.

Es una frase, supongo que manchega, que se aplica a alguien que es muy lanzado. Se solía decir para la gente que bebía: «Iba el Luis se juntó con Antonio, que a ése tampoco le hacen falta sardinas para beber agua, y la que se montó». Ése es el origen [risas].

Hay algo que me ha gustado del tebeo y es cómo estos personajes nos provocan rechazo, porque están tarados, pero a la vez nos provocan cierta ternura, nos atraen. ¿Cómo ves esto, has reflexionado sobre ello?

Sí, de hecho fue sobre lo que más he reflexionado mientras lo hacía. Yo creo que eso lo traigo de hacer comedia en televisión. Hay una cosa que está clara y es que a ti te tiene que caer bien o resultar entrañable el personaje cuando haces comedia, aunque sea dura. Jaime Walter, mi personaje en Museo Coconut, tiene que ser muy desgraciao para que te caiga bien. Por eso no le va nada bien, si encima le fuera bien en la vida ya caería mal. Tienes que buscar la manera de que el tío te provoque cierto encanto.

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Jaime Walter, director del Museo Coconut.

Por cierto, el final de temporada de Jaime Walter me traumatizó muchísimo [risas]. [Nota spoiler: en el final de la última temporada de Museo Coconut, los personajes de Carlos Areces y Raúl Cimas se acuestan juntos]

[Risas] ¡Pues imagínate a mí! Y al propio Areces. No nos hemos vuelto a hablar [risas].

Fue muy, muy jodido [risas]. Fue duro mirar, pero también fue una escena que vi sin previo aviso y me provocó un poco lo mismo que cuando ves un accidente y no puedes evitar mirar [risas]. No podía creerme cómo os habíais atrevido a hacer eso.

[Risas] Mira, los cómicos, si lo vemos justificado, hacemos lo que sea. Si lo vemos clarísimo, porque por una risa matamos. Pero eso es muy diferente a cuando alguien dice «tú haz esto, que te gusta hacer el chorra», ahí nos quedamos parados. Pero Areces y yo vimos muy clara esa escena, porque yo estoy seguro que si estoy en casa y la veo me parto el culo.

Desde luego. Bueno, yo creo que tardé en reírme, pero luego ya sí [risas].

O por lo menos digo «qué guay que pongan esto por la tele».

Es la incredulidad: «hostia, esto qué es».

También me resulta bastante hiriente para Areces que me preguntes por esa escena y no por la del perro.

Hostia, sí, la del perro también…

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Pese al shock, en esta casa AMAMOS a Carlos Areces.

Se lo diré: «que sepas que la gente me pregunta si no me dio asco liarme contigo pero ya no me preguntan por lo del perro» [risas]. Ha sido como un giro de tuerca, ¿no? Si se lió con un perro, ¿qué puede haber peor? [risas].

Con Carlos Areces [risas]. Al hilo de esto: cuando se hace una serie de televisión siempre es un trabajo colaborativo, pero además en vuestro caso lo hacéis todo juntos, ¿no?

Bueno, yo creo que lo hacíamos más por separado de lo que la gente cree.

Siempre había un director en cada sketch y un guionista o dos, ¿no?

En el caso de Muchachada Nui escribíamos en casa cada uno, y nos juntábamos a la semana, leíamos lo que había escrito cada uno y ahí a lo mejor sí que había una puesta en común, y le metíamos cosas entre todos. Y luego casi siempre realizaba Ernesto. Y Joaquín decidía, tenía la última palabra, dirigía, vaya.

Pero hacer un tebeo es un rollo completamente diferente, en el que tú decides todo.

Claro, se parece más a cuando hago de monologuista. Gracias a hacer monólogos aprendí a pasármelo bien solo y a reírme conmigo mismo de mis chorradas. Y con este tebeo he aprendido un poco más.

¿Te has reído mucho haciéndolo?

Sí, me he reído mucho, sé que puede ser muy desconcertante decir esto, pero sí, me he reído. Y es que era fundamental. Si lo hubiera sufrido, no sé que hubiera presentado. Yo estoy muy contento porque creo que se nota que me lo estoy pasando bien.

Sí. Además, es muy interesante cómo tienes un dibujo que va cambiando mucho, por el nivel de detalle y el tipo de caricatura que haces. ¿Esto lo pensabas mucho o era como te fuera saliendo?

Como me fuera saliendo. Hombre, en las historias largas hay algunas cosas más pensadas. «Flíper Názarin» tiene algunas viñetas no voy a decir que en plan [Carlos] Pacheco, pero más detalladas, o alguna secuencia en la que intenté de una manera muy modesta que recordara a cosas. Cuando se convierte en Flíper Názarin intento que sea parecido a un cómic de superhéroes.

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Flíper Názarin.

¿Te hacías un guión previo?

Bueno, yo he dibujado muchísimo. Lo que se ha quedado fuera es mil veces más que lo que hay en el libro. Y muchas cosas las he dibujado varias veces, y las he disfrutado. Porque de alguna manera también tenía que reaprender a dibujar muchas cosas. De garabatear a ponerme otra vez a hacer perspectivas…

Y que cuando uno hace un cómic se va a encontrar en la necesidad de dibujar cosas que si haces garabatos en un papel para entretenerte no dibujas. ¿Hay mucha improvisación, entonces?

Sí, muchas veces los chistes vienen de una ocurrencia visceral, de un momento. Luego se alargan las historias. Todas las historias han estado muy cerca de ser historias largas, en mi cabeza.

¿Y alguna historia ha sido algo que tuvieras pensado para otra cosa, un monólogo tal vez, o ha sido todo material pensado para el cómic?

Yo creo que ha sido todo para el cómic. Ha sido como un punto y aparte. Lo que pasa es que el humor es el mismo y la manera de contarlo también, porque soy bastante honesto, pero no porque cuente mis cosas, me refiero a con las cosas que a mí me hacen reír. Y creo que no funcionaría ninguna de las historias llevadas a la televisión.

Probablemente no, porque al perder el dibujo muchas historias no tendrían sentido.

Si acaso la de «The San Antonio Smokers» podría ser la más cinematográfica, sobre todo el discurso en el vestuario.

Hay un plano muy cinematográfico, sí.

Sobre todo es el tiempo, el discurso que pega…

Se nota que es tu voz, la del tebeo, al que sea fan tuyo y te siga creo que le va a gustar porque es muy tuyo, muy Raúl Cimas, no has intentado hacer nada raro, se nota lo de la sinceridad que decías antes.

Pues gracias, porque es una de las cosas que más me gustan oír. Creo que es difícil este punto, es un mérito que me atribuyo… Te puede acomplejar hacer un tebeo, pensar en qué van a decir. Éste es un mundo que tú sabes bien que es cerrado, y puedes acabar no siendo tú. Yo lo he visto en muchos descartes que he hecho, en los que me daba cuenta de que estaba trabajando en un tipo de comedia que yo había leído pero que no practicaba, y por eso se han quedado fuera.

O sea que has escogido el material en el que veías más honestidad por tu parte.

Sí, sí.

Sobre lo del mundo cerrado del cómic, como ahora funciona bien, se publican muchas cosas, a veces sí te encuentras comentarios, cuando publicáis un cómic gente que no sois del mundo del cómic de toda la vida… «éste ya se ha subido al carro de la novela gráfica». Pero yo creo que es porque muchas veces se ignora que Joaquín o tú sois lectores de siempre, y os gusta el dibujo.

No lo sé. Yo como vengo de la tele tengo mucho callo [risas]. Lo que pueda recibir o puedan decir de mí me la puede llegar a sudar bastante, gracias a Dios.

Si no sería imposible.

Sí, pero es injusto. Porque además somos dibujantes, apasionados de los cómics y también guionistas.

Y en última instancia, joder, ¿qué pasa si en un momento dado un tío dice «me voy a hacer un cómic»? Que lo haga, ¿no? Pero en la tele como dices se reciben más palos.

Sí, internet para eso ha sido la hostia. A lo mejor, no te digo que venga bien, pero probablemente también te sitúa un poco. Te lo pueden decir mal o bien pero muchas veces en el fondo coincides… «Ah, pues sí, a lo mejor esta pieza era un poco larga». Lo que pasa es que hay gente que dice «esto es una mierda, ojalá se muera». Te tienes que acostumbrar. Antes un tío tenía que creer lo que decía el crítico de turno, o dos críticos.

Y ahora tenéis un feedback inmediato.

Sí, pero es que además nosotros en eso no nos podemos quejar, porque somos hijos del éxito en internet. La hora chanante la primera serie que surgió de ese fenómeno, que empiece a gustar por internet y luego va a más.

Claro, tampoco os podéis quejar.

Es como la mano que nos da de comer, no la podemos morder. Otra cosa es que a veces haya cosas que te jodan.

Pero eso es humano, le pasa a todo el mundo. Cuando entrevisté a Joaquín hablamos del fenómeno fan, que tiende a querer siempre lo mismo, y creo que vosotros habéis vivido eso con Museo Coconut, y no entiendo por qué a algunos no les gusta, porque el humor es el mismo, para mí, sólo habéis cambiado la forma de enfocarlo, ahora era una sitcom.

Bueno, es otra cosa diferente. Cuando lo hacíamos sabíamos que íbamos a perder gente. Lo que pasa es que esperábamos sumar otra, pero no lo hacíamos por eso, sino por una necesidad del grupo. Yo no estaba cansado, porque había ido a Buenafuente, había hecho otras cosas… Pero Ernesto y Joaquín llevaban siete años haciendo una y otra vez lo mismo…

Joaquín llevaba ciento y pico personajes en Celebrities…

Claro, coño, había que cambiar. Estoy seguro de que si se hubieran emitido al revés habría pasado igual. Lo que pasa es que Muchachada Nui tiene más puertas abiertas, es un programa de sketches y tiene muchos mundos diferentes. Si no te está gustando una cosa sabes que un minuto después va a aparecer otra que sí.

Yo creo que tienes razón, es una cuestión de qué se emitió primero.

Sí, fuimos víctimas de nosotros mismos. Pero eso no lo puede decir todo el mundo, significa que esperan mucho de ti y hay que tomárselo así.

¿Crees que puede pasar lo mismo Con demasiada pasión por los suyo?

Bueno, al que sea seguidor mío y le guste lo que hago monologueando yo creo que le va a gustar esto. Más o menos, pero le va a gustar, porque ya te digo que es muy sincero. Se lee con mi voz.

Sí, yo de hecho te oía, y cuando pasa eso es que has dado en el clavo.

Eso es cojonudo. Ahora, de ahí a que a los seguidores de Muchachada Nui les vaya a gustar, creo que a algunos sí y a otros no… Porque yo ahí era un 20% de la creación de aquello.

En el tebeo haces un alarde del inglés importante. ¿Te preocupa que pueda alejar a algunos lectores que no conozcan el idioma tan bien como tú?

[Risas] No, no, yo creo que incluso va a animar a alguno a estudiar inglés… «Si no llego ni a esto…». ¡Pensaba que ibas a comentar lo del serbio!

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Aprenda serbio con Demasiada pasión por lo suyo.

Bueno, sí, ¡es verdad! ¿Eso es serbio real?

Bueno, es serbio del traductor de Google [risas]. No nos tomamos la molestia de ver si era realmente así. Además, para mí es guay leerlo sin saber nada porque luego el personaje dice «aún no sé qué coño me dijo». Pero sí, las frases están traducidas.

Lo voy a buscar cuando llegue a casa, por curiosidad.

Aparte siempre me ha hecho gracia el inglés, creo que musicalmente es más directo… Igual que hay muchos grupos que prefieren cantar en inglés, a mí me pasa igual. Hay cosas que me pide el cuerpo que sean en inglés.

Sí, meter la morcilla de inglés macarrónico, que es algo que haces mucho cuando vas al programa de radio de Dani Mateo de Yu. Hay también haces improvisación, ¿no? Te enteras del personaje que vas a interpretar según llegas.

Sí, y además preferimos que así sea.

Y cuando toca hablar en inglés hablas un poco inglés.

No, bueno, hablo en español pero meto cosas en inglés. Lo que sí intento es que no se pisen con los celebrities de Joaquín, tiene que ser otra cosa. Lo que mola es que yo no sepa nada del tío y conteste a mi bola, no que sea un tío inglés hablando como en manchego.

Bueno, si te parece lo podemos ir dejando, creo que te he exprimido ya suficiente [risas].

Sí, bueno, podemos mencionar el prólogo de Javier Cansado, que es la hostia.

Sí, sí, claro. Bueno es lo mínimo que se le puede pedir a un tío carnal [risas]. Él por su sobrino lo que sea.

Claro, lo que sea [risas].

Bueno, una última pregunta: ¿te planteas hacer más cómics?

Sí, sí. Espero que se dé bien, lo suficientemente bien como para que nadie vea que hacer otro sea un disparate. Porque además es una cosa que me deja en casa más tiempo, y lo necesito, porque viajo mucho, no paro.

Te sirve de descanso.

De terapia, claro. Si soy capaz de hacerlo desde el mismo punto de vista que he hecho éste, sin que me suponga ningún tipo de presión, sí. Y además, de esto mismo… tengo más historias  por ahí de flipados, es de lo que más hay.

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El gran Yogur de Piña.

En el fondo este tipo de historias nos molan porque todos nos flipamos con algo en un momento dado.

No sé si eso lo he dejado suficientemente claro en el cómic, en algún momento parece que se mete mucha caña, pero sin embargo yo creo que hablo desde el cariño a todos, porque el primer flipao soy yo. Es lo que dice Yogur de Piña: «¿No es fuerte que estés dibujando el cómic y aun dentro del cómic no salgas de tu puta casa?» [risas]. Eso es acojonante. El primer flipao soy yo.

Yo creo que todos lo somos, sí.

Hombre, hay que fliparse, es lo único que tiene sentido. Es una salida al mal que hay fuera. La gente se centra en una cosa, pone ahí un punto fijo.

Y a partir de entonces eso se convierte en tu mundo y tu universo y ya no hay nada más.

Claro, claro.

Bueno, con esto creo que podemos terminar. Muchas gracias.

De nada, hombre.