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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Destino inexorable

Mehta supo utilizar los diferentes temas para darle al drama su fatídico color

Una escena del montaje de La Fuerza del destino, en el Palau de les Arts.
Una escena del montaje de La Fuerza del destino, en el Palau de les Arts.

Con La forza del destino, en una producción nueva del Palau de les Arts, se ha abierto el Festival del Mediterrani 2014. El libreto (de Piave y Ghislanzoni, sobre una obra del Duque de Rivas) presenta un trazado argumental que resulta, en líneas generales, de difícil sintonía con el espectador del siglo XX. Sin embargo, entre anticuados lances de honor, monjes, soldados y eremitas, la inexorabilidad del destino -aquel antiguo fatum- aparece tan bien traducida por la música que se encuentra sentido a la angustia de Don Alvaro, el protagonista. Quedan así minimizados –al menos en parte- los detalles más casposos de la historia, y el espectador puede reencontrarse con el siempre actual problema de la suerte.

De la mala suerte, en este caso. Davide Livermore, en la dirección de escena, utiliza como recurso central un túnel de geometría angulosa que facilita la sensación de camino sin salida. Pero el guiño más evidente al cine de Hitchcock es el de los pájaros sobre el tendido eléctrico a la espera de su presa, que funciona también perfectamente. Por el contrario, el vestuario, los muebles y hasta un coche de los años 40, no añaden nada a la historia, excepto constantes incongruencias con el texto cantado (sale un coche cuando mencionan a los caballos, etc, etc). Debe recordarse que el libreto, escrito en el XIX, se refiere sin embargo a acontecimientos que transcurren a principios del siglo XVIII (guerra de Sucesión española). El asunto de las incongruencias con el libreto no es algo que hoy preocupe a los directores de escena, sino todo lo contrario, pero sólo parecen necesarias cuando aportan más de lo que restan, y en este caso no fue así. No se trata, desde luego, de poner a todo el mundo con pelucas empolvadas, pero hay alternativas escénicas más intemporales –y el túnel utilizado por Livermore es un buen ejemplo- que sirven tanto al pasado que se narra como al presente desde el que se contempla.

LA FUERZA DEL DESTINO

De Giuseppe Verdi. Solistas: Gregory Kunde, Liudmila Monastirska, Simone Piazzola, Ekaterina Semenchuk, Stephen Milling, In-Sung Sim, Roberto de Candia, Mario Cerdá, Cristina Alunno, Ventseslav Anastasov y Aldo Heo. Coro y Orquesta de la Comunidad Valenciana. Dirección musical: Zubin Mehta. Dirección escénica: Davide Livermore. Palau de les Arts. Valencia, 31 de mayo de 2014.

El personaje de perfil más trágico en esta ópera es Don Álvaro, puesto que, sobre él, y al margen de lo que haga o deje de hacer, el destino cierne siempre sus peores sombras. Por eso el cantante debe dotarlo de todo el dolor pasado, presente y futuro: no tiene escapatoria, por más que se esconda. Y él lo presiente. Gregory Kunde, que ya gustó mucho en el Otello interpretado sobre el mismo escenario (junio 2013), dibujó bien su angustia con una voz de amplio caudal, luminosa y cálida, que fue tornándose más segura cuando calentó del todo su instrumento. Si brilló en la famosa escena que inicia el tercer acto (La vita è inferno all’infelice), todavía resultó mejor en los dúos con Don Carlo y con Leonora del último. Ésta (Liudmila Monastirska ) goza de una potencia tan sobrada que puede tener en ella su peor enemigo: en el primer acto rozó a veces la estridencia, aunque luego escanció con gusto las medias voces. Controló bien un vibrato tendente a ancho que, sin embargo, no llegó nunca a molestar. Lo cierto es que el volumen no escaseó en este estreno: también Simone Piazzola, como Don Carlo, mostró una inmejorable proyección, especialmente en la franja aguda, asimismo la mejor timbrada.

Si no se le conociera por otros papeles (se le escuchó hace poco un estupendo Germont en Traviata) no se podría decir que expresa bien las complejidades de su personaje, ya que Don Carlo las tiene en grado escaso: aparece queriendo matar a la hermana y a su enamorado, y en ello sigue, sin matiz alguno, después de cinco años y variadas peripecias. A Preziosilla (Ekaterina Semenchuk) tampoco le faltó potencia, aunque estaba lejos de la proyección de sus compañeros. Ni a Fra Melitone (Roberto de Candia), ni al Marqués de Calatrava (In-Sung Sim), ni a Trabuco (Mario Cerdà) ni a ninguno de los comprimarios. Por suerte, en la mayoría de los casos, había expresión además de volumen. Mención aparte merece el canto de Stephen Milling (Padre Guardiano), con un papel corto y tópico, pero suficiente para sentar cátedra sobre la belleza de un instrumento y el arte de su manejo.

De Zubin Mehta, soberbio defensor de la joven orquesta que sustenta el Palau de les Arts, aún se recuerda un encore que dio en Valencia, allá por los años 80, precisamente con la obertura de La forza del destino. Dirigió entonces a la agrupación del Maggio Musicale Fiorentino, y la partitura sonó quizás algo más rápida, quizás mas tajante, pero no más conmovedora que ahora. Supo utilizar el sábado los diferentes temas que la conforman, haciéndolos circular a lo largo de toda la partitura, para darle al drama su fatídico color. El coro, con una presencia destacadísima -Verdi sabía cómo complacer a los rusos que iban a presenciar el estreno en San Petersburgo (1862)- hizo una buena fotografía de los mendigos, los heridos y los soldados, también marcados, cómo no, por la fuerza del destino.

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