viernes, octubre 17, 2014

Derrumbe y destrucción de Rodrigo Rato


Rato lo fue todo en la España de los noventa y principios del dos mil. El ministro más poderoso de Aznar, el rector de la economía del país, brillante parlamentario de oratoria ligera, acerada y certera, muñidor de alianzas con la prensa y poderes que iban más allá de los del gobierno. Querido y deseado por todos, su alejamiento de la Moncloa, a la que hubiera llegado de ser candidato, y el nombramiento como Director del FMI supuso la cumbre de una carrera económica que no la había logra nunca español alguno. Desde su despacho de Washington Rato tenía muchísimo más poder e influencia que la se dispone en el gobierno de España. Era su cielo. Y desde ahí lleva tiempo cayendo en picado hasta los infiernos.

Muchos, casi todos, en aquellos años, alababan su figura, loaban sus decisiones y le seguían como una corte de convencidos. A aquellos a los que otorgó cargos se los ganó para siempre como fieles dispuestos a batirse el cobre por él, y las crónicas contaban que era un jefe exigente, pero que trabajaba mucho, y el país, a medida que crecía, entraba en el euro y se sentía fuerte, lo encumbraba como el hacedor del milagro. Cuando las tornas han cambiado pocos son los que recuerdan sus declaraciones de aquellos años, las matizan y tratan de darles la vuelta, en un ejercicio muy hispánico consistente en adular al poder, sea éste el que sea, independientemente de su signo y de quién lo encarne. Y yo debo confesar que soy de los que lo defendí durante años. Para mi era el Ministro perfecto, y cuando le nombran para el FMI me sentí hasta algo orgulloso, era como una especie de cuento en el que, por fin, un español veía reconocidos sus méritos y alcanzaba cotas de responsabilidad internacional por la valía de sus actos. Y como dije lo que dije no puedo negar ahora que lo dije. Así de fácil. Las dudas empezaron a surgir cuando abandonó el cargo en el FMI, en principio aludiendo razones personales, pero que a mi me parecieron escusas endebles y, sobre todo, poco concretas. Si no era por salud personal o de sus allegados, ¿qué podía obligarle a renunciar a ese cargo antes de finalizar su mandato, dando la imagen de espantada, de dejar a todos en la estacada? A partir de ahí Rato comienza un periplo en el mundo de la banca privada, con el objetivo manifiesto de ganar dinero. Sin ser un experto en la materia, pero con una sabrosa agenda de contactos, va ascendiendo en ese mundo, y acaba, en medio de mi sorpresa, en la presidencia de Caja Madrid, una entidad que no dejaba de estar en los papeles y mentideros en el centro de todos los rumores sobre su desastroso estado por el estallido de la burbuja, pero que era objeto de deseo por parte de los políticos a la hora de hacerse con su control (y ahora sabemos, tristemente, el porqué) El actual presidente de la comunidad de Madrid, Ignacio González, quiso presidirla, pero su jefa Esperanza Aguirre no le dejó, y el elegido acabó siendo Rato, en un juego de trileros desarrollado en la sede del PP. Los dos años de presidencia de la entidad, convertida posteriormente en Bankia y sacada a bolsa, son la crónica de un descalabro, de un desastre absoluto que a punto estuvo de llevarse por delante la economía de España en su conjunto, y con ella la del euro. En una carrera suicida hacia el abismo Rato lideró un ejército encaminado a la catástrofe, y fue apartado de la entidad en un fin de semana de conspiraciones en la sede del Ministerio de Economía, cuando la decisión era su cabeza o la de todos los españoles. Y pese a ello Rato nunca admitió fallos ni errores, que los hubo de dimensiones galácticas.

Ayer, el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu le impuso una fianza civil de tres millones de euros por los cargos no declarados de su tarjeta opaca, de la que hizo un gasto de cerca de 100.000 euros en dos años en vicios cutres, en medio de la orgía de despilfarro y robo que se estaba perpetrando por parte de casi todos los directivos de la entidad sobre un banco podrido hasta los huesos, robado por la mala gestión y al avaricia de quienes debían regir sus destinos. No se si Rato acabará en la cárcel, seguro que no, pero en mi opinión, debiera hacerlo, para purgar su infinita codicia y para expiar la decepción, la traición si me apuran, que ha causado a muchos de los que, a lo largo de los años, le defendimos.

Este fin de semana subo a Elorrio y me cojo el Lunes: Descansen y disfruten del previsto tiempo cuasiveraniego.

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