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“Cinco de Mayo: La Batalla narra la historia de la Batalla de Puebla, la más importante en la historia de México. Cuando el ejército francés invade México para establecer una monarquía, el general Ignacio Zaragoza interpretado por Kuno Becker (Goal!, From Prada to Nada), debe defender la ciudad de Puebla, al mando de una tropa de hombres mal armados y superados en número. Cinco de Mayo relata la valentía de un pueblo empujado al límite, luchando por su país, su familia y su orgullo.”

Cinco de Mayo: La Batalla (a estrenarse en Estados Unidos este 3 de Mayo) es una súper producción mexicana sin precedentes que intenta injertarle vida a los acontecimientos históricos que podían sonar aburridos en un libro o profesor de secundaria. Por un lado es una respuesta a Hollywood, diciendo “¡Aquí también se puede!”. Al mismo tiempo está influenciada por cintas épicas como BraveHeart y en algún sentido hasta Pearl Harbor. No en la manera cómo está filmada, sino en el ángulo en que elige relatar los hechos. Por ejemplo, la historia tiene una historia de amor en su centro protagonizada por una pareja de humildes representantes del pueblo.

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Las escenas de intriga que rodearon el conflicto entre las fuerzas napoleónicas de Francia y el joven gobierno mexicano hacen un buen trabajo en informar a quienes no prestaron mucha atención en clase las motivaciones básicas de los implicados, tanto a nivel nacional como individual.

Mientras algunos como el General Zaragoza (un sólido Kuno Becker que pese a su juventud ya se ha convertido en referente del cine latinoamericano) logran exhibir complejas facetas del ser humano, otros como el principal malvado Conde De Lorencéz (William Miller) son tremendamente caricaturescos.

Al final del día la película se llama “La Gran Batalla” y vaya si cumple lo que promete, tanto en extensión como intensidad. Más de una cuarta parte del filme transcurre en secuencias de acción de impresionante factura, con cientos de extras y caballos colisionando entre explosiones, ceniza y sangre. Lejos de glorificar esta guerra nos pone de enfrenta al crudo infierno que vivieron sus protagonistas en 1862.

El precio de ese realismo es tener que padecer constantes y confusos movimientos de cámara en dichos enfrentamientos. Las escenas durante la noche son tan oscuras que intuimos más de lo que presenciamos. Pero se aplaude y aprecia el esfuerzo por hacer algo grande y moderno, expandiendo la idea de que el cine latino se limita a dramas introspectivos de bajo presupuesto.