lunes, 3 de noviembre de 2008

Memorias eróticas de una mujer árabe

Nedjma es el nombre de una legendaria amazona de la poesía argelina, y tras la sombra de ella se esconde y hace frente la autora de La almendra, novela que narra la vida de una mujer que tiene múltiples facetas. Se llama Badra y desde el prólogo hace público que este relato lo alza, "como se levanta una copa, a la salud de las mujeres árabes, para quienes recuperar la palabra confiscada en relación con el cuerpo equivale a curar a medias a sus hombres".

Trazado con genuinos y bellos pasajes de erotismo, la historia cuenta las peripecias de Badra al escapar del yugo de su marido, en un matrimonio obligado, forzado de acuerdo a las tradiciones de la época y la región. Pero también es un grito de batalla por la liberación en el amplio sentido del término, incluso el sexual. No en balde se exponen también sus pasiones de lujuria desde temprana edad.

Dichas faenas de la protagonista hace ver que encontraba mayor felicidad cuando la caricia provenía de alguien del mismo sexo, como una prima a quien recuerda con fervor ya que "su dedo se convirtió en el visitante titular de mi intimidad". Pero la escapatoria seguía siendo el mayor triunfo, "haberme atrevido a coger el tren para huir de mi marido convertía todas las demás audacias en chiquilladas", confiesa en algún momento la protagonista.

La familia juega un papel importante en la trama, desde Alí el hermano mayor, pasando por los parientes cercanos y por supuesto la progenitora, a quien Badra en un momento dado la ubica como el blanco de su resentimiento porque a punto estuvo de blindarle el sexo, en sus pala bras, y porque la había obligado a casarse con Hmed, el esposo del que huyó para encontrar una nueva forma de explorar el mundo sexual, y empezar a descubrir y a compartir su vida íntima, sus deseos, sus sueños, su humedad con los demás.

Así, como toda continuación de una vida, Badra deja Imchouk, su tierra natal, para asentarse en Tánger, territorio marroquí, donde conoce los brazos de Driss, médico burgués bien parecido que la sedujo a pesar de la diferencia de edades, ya que pudo más el deseo sexual que nunca había sentido con su marido, por eso el tono de la narración también se altera, ahora es más jugoso y placentero hasta para el lector. Para muestra esta línea con la que Badra describe el paso de Driss por su cuerpo: "Me desnudó con gestos lentos y delicados, como se desprende una almendra verde de su tierna piel".

El tono confesional ("ante los pecados de una mujer, los ángeles son hombres como los demás") con el cual se van presentando los acontecimientos en una mezcla de remembranza y presente, hacen entrañable al personaje, pero también a la voz narrativa quien deja en claro que su vida y su alma, "no es más que una andén de estación donde permanezco de pie mirando caer a los hombres", lo cual por lapsos, y con ciertas ideas se asemeja más a una voz masculina que no deja de admirar la almendra desde el sentido más erótico y sexual del término. La almendra viene a darle soporte a la literatura de corte erótico por la buena trama, sus descripciones y la complicidad que logra con el lector.

Nedjma, La almendra. Memorias eróticas de una mujer árabe (traducción Cora Cebza), Maeva ediciones, España. 2005 (segunda edición); 223pp.

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