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miércoles, 12 de agosto de 2009

Canción de la biblioteca


En una biblioteca,
alejados del mundo en una sala,
remanso de silencio,
moran los libros de poemas.
Siglos de versos, deslumbrantes,
años de erudiciones y hermosuras
se esconden en sus hojas, esperando
las manos delicadas
que un día los descubran;
los ojos que leyéndolos despacio,
con moroso deleite,
los salven de la fosa del olvido.
Sin embargo, esos libros de poemas,
en sus estanterías,
duermen un largo sueño.
Descansan, como Lázaro, yacentes,
pero nadie se acerca
a devolverlos a la vida,
salvo yo, que sin ruido los hojeo.

Qué sensación de muerte,
desoladora,
me turba si los miro.
Cuánto me duele, en fin, su desamparo,
el silencio que guardan ante el mundo,
ese mundo insidioso
que los ha abandonado en esta sala,
igual que muebles en desvanes.

Fuera, la vida canta, en los verdores
de un parque soleado,
al que dan las ventanas de la sala.
Rodeando los muros,
bajo el azul purísimo del cielo,
fulgura la belleza.
Jacarandás erguidos
enseñan flores malvas.
Las mimosas descubren
el oro de las suyas.
Lozana yedra sube
el grueso tronco de un laurel umbroso.

El parque soleado
es el triunfo de una luz hermosa,
la apoteosis de la vida,
el suave mes de mayo.
Mas aquí, silenciosos,
en una fría sala,
sólo quedan la muerte y el olvido.

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