Cuentos muy cortos para niños

La princesa Rana

Un día, una princesa salió a recorrer los jardines de su palacio. De repente apareció una bruja, la hechizó y la convirtió en rana. La bruja le dijo que no iba a volver a ser princesa hasta que un príncipe le diera un beso.
La princesa lloraba y, de pronto, pasó por ahí un príncipe. Ella le contó que en realidad no era una rana, sino una princesa, pero el príncipe no le creyó y se fue.
Pasó mucho tiempo hasta que apareció otro príncipe. La princesa le contó toda la historia y entonces el príncipe le dió un beso, pero como sólo le creyó un poquito, a la pobre princesita le quedó cara de ranita.

Por Candelaria Cafferata

El duende sin NavidadEl duende sin Navidad

Cibo era un duende. De chico vivía con sus padres en un zapato, y cuando creció se hizo malo y empezó a molestar a los más chiquitos: les pegaba y no admitía la verdad. Cuando faltaban 5 días para Navidad, Cibo quiso arrepentirse.
El primer día no molestó más a esos chicos; cuando faltaban 4 días, fue a disculparse con la mayoría; cuando faltaban 3 días, alcanzó a disculparse con todos; el último día se preguntó si Papá Noel iba a llevarle regalos, pero lo dudó por lo mal que se había portado.
Llegó Navidad y el duende no tenía regalos; entonces, la mamá y el papá le dijeron que había aprendido una lección: no hay que portarse mal, así Papá Noel nos puede traer regalos. Y así fue como se portó bien toda la vida.

Por Santiago González Mayer

La lechuza solitaria

No hace mucho tiempo existía una lechuza llamada Clara. Vivía en un tronco gastado y muy alto. Le encantaba salir de noche, como a todas las lechuzas.
Ella estaba muy sola y siempre intentaba tener amigos, pero era muy malhumorada y le costaba mucho.
La gente en el pueblo la quería mucho, pero cuando se lo demostraban, se le notaba el malhumor y se quedaba sola.

Un día perdió la esperanza de poder encontrar un amigo y no quiso hablar más con nadie. ¡Ni siquiera con sus parientes! Pobre lechuza Clara
Una noche fría y oscura, andaba merodeando por ahí detrás de unos arbustos. Estaba cantando su canción favorita: “La lechuza”, de María Elena Walsh. De repente, ¡Puff!, el señor sapo cayó del arbusto. Ella, muy sorprendida, lo ayudó, y el señor sapo le dio las gracias y empezaron a hablar de sus parecidos (eran muy parecidos con su malhumor). Desde entonces se hicieron amigos y vivieron felices.

Por Pilar Re

 

Lirux

Ana Lirux, la primera mujer científica, creó la máquina de los sabores.
Ana ya no tenía más ideas para nuevos sabores, así que inventó la máquina flotadora. Servía para absorber lo que ponía adentro y lo hacía flotar.
Ese mismo día, se acordó de que tenía una cita con un amigo. Y, de tan apurada que estaba, se olvidó de apagar la máquina. Así que fue chupando todo lo que estaba en la casa.
Cuando Ana llegó ya era muy tarde, la máquina de sabores había absorbido hasta su postre: las frutas. Después de varias horas de limpieza, aparecieron un montón de cosas redondas en la máquina de sabores.
Como parecía comestible, ella las probó y descubrió que eso era ¡una fruta con sabor a todas! La llamó Lirux, como su apellido, y enseguida se la llevó al jefe de ciencia.
Al día siguiente, Ana estaba en todos los diarios porque se había ganado el premio al mejor invento del mundo.

Por Ginebra Cañas

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