…y es que el corazón, como el estómago, son también cerebros, a los que en occidente no se les ha prestado la importancia debida, por nuestro afán de exaltar lo racional (el ego intelectual) sobre todos los demás.
Científicos revelan que del amor al odio, nuestros sentimientos juegan un papel vital en el funcionamiento del corazón. Los sentimientos hostiles promueven la liberación de hormonas relacionadas con el estrés en nuestro torrente sanguíneo. Estas hormonas hacen que las arterias coronarias se contraigan, aceleren el ritmo cardíaco, aumenten la presión arterial y los niveles de azúcar y grasas en la sangre y el resultado global es que el corazón se ve sometido a un mayor esfuerzo.
La vida comienza y termina con el latido del corazón. Es un músculo que funciona sin que intervenga nuestra voluntad consciente. Es el que hace circular la vida (sangre) en nosotros, nuestro centro energético. Una máquina perfecta que pesa 300 gramos y late entorno a 100.000 veces al día moviendo continuamente los aproximadamente cinco litros de sangre de nuestro cuerpo.
La parte izquierda del corazón envía la sangre hacia los pulmones para que se oxigene y esta sangre limpia es recibida en la parte derecha, la sangre circula de izquierda a derecha A otro nivel asociamos la función del corazón con los sentimientos (ego emocional). Expresiones cotidianas como, “se toma las cosas muy a pecho”, le ha roto el corazón”, “se me ha helado el corazón”, “tiene el corazón de oro”, etc., nos hacen ver como la relación corazón-emociones está totalmente establecida en nuestras creencias y como consecuencia en nuestro lenguaje. Este órgano, es el lugar de las sensaciones más profundas, el barómetro de nuestras emociones.
Desde ese punto de vista, las afecciones del corazón y del sistema circulatorio se manifiestan en personas con problemas sentimentales y con dificultades para expresar amor. El estado del corazón se manifiesta en la coloración de la piel y en el brillo de los ojos.
El corazón y su buen funcionamiento o sus disfunciones nos conectan con la relación y el equilibrio que establecemos en nuestra vida con el dar y el recibir. El corazón no acumula, ni da más de lo que recibe, ni recibe más de lo que da. Digamos que el corazón es el motor de la vida y las emociones son su combustible.
Preguntar a un amigo ¿cómo te va la vida?, es igual que decir ¿cómo son ahora tus emociones? La respuesta a ambas preguntas nos hablará de la salud del corazón de ese amigo. Lo mismo que un buen combustible (emociones positivas), hacen que la máquina que mueven funcione mejor y dure más tiempo, un mal combustible (emociones negativas), pueden hacerla fallar y hasta averiarla con trágicas consecuencias.
¿Por qué asociamos corazón y sentimientos? Tenochtitlan era el corazón del imperio azteca. Numerosos dioses protegían la ciudad, y para asegurar su benevolencia, los sacerdotes abrían el pecho de las víctimas propiciatorias con cuchillos de obsidiana y ofrecían a los cielos -como los mapuches al Osorno- la sangre y los corazones aún palpitantes, la fuente de la vida, lo más valioso del ser humano.
Cuando la humanidad comenzó a buscar el lugar donde se aloja el alma se fijó sobre todo en el cerebro y el corazón. Los griegos, creadores de la retórica, pasaron siglos debatiendo el asunto de la ubicación del alma y los sentimientos. Platón apostaba por dos almas, una de las cuales, inmortal, residía en la cabeza, y la otra, mortal, habitaba el corazón y albergaba los sentimientos. Aristóteles optó por un solo lugar para las dos almas: el corazón.
Mientras los filósofos debatían, el dios Eros disparaba flechas a los corazones de los hombres y las mujeres. Unas flechas eran de oro y hacían nacer el amor a primera vista, otras eran de plomo y provocaban la indiferencia. Eros pasó a Roma, cambió su nombre por el de Cupido, y siguió disparando flechas. Y así, los humanos, al igual que ahora, sentían latir su corazón desbocado ante la presencia del ser amado. Un corazón que además es rojo, el color de la pasión y la vida.
La ciencia cada vez se decanta más por una relación directa entre el estado de ánimo de una persona y las repercusiones en su salud física. Un número importante de dolencias cardíacas tienen su origen en el estrés, la ansiedad y una actitud negativa ante la vida, lo que incide en el funcionamiento del corazón.
Muchas religiones y corrientes filosóficas recomiendan momentos de relajación y recogimiento, bien sea a través de la oración o de la meditación. Estos momentos ayudan a ralentizar la respiración y librar la mente de tensiones, con lo que se disminuye el ritmo cardíaco y con ello mejora la salud del corazón.
Los latidos de ese órgano que hemos querido convertir en morada de nuestros sentimientos son los que sirven de barómetro de los estados de ánimo, de la felicidad y la tristeza, del miedo y la alegría. El corazón tiene sus enemigos como el tabaco, estrés, hipertensión, alcohol y exceso de colesterol. Un músculo cardiaco privado de oxígeno se necrosa y entonces aparecen los problemas cardiovasculares que son la primera causa de muerte en el mundo.
Es curioso destacar que el corazón es un lugar en donde el cáncer nunca llega. Las células neoplásicas nunca llegarán a anidarse en las fibras cardíacas. Éstas no se pueden permitir enviarnos mensajes a través de un cáncer, cualquier fallo en la recepción del mismo, llevaría a la muerte y la intención del cáncer no es la muerte, es la sanación.
¿Se debe hacer caso a las “corazonadas”? La sabiduría oriental dice “la mente está en el corazón” y con la palabra “mente” se hace referencia a la inteligencia emocional…
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