miércoles, octubre 25, 2006

José Emilio Pacheco

(Ciudad de México, 1939). Estudió Derecho y Letras, en la UNAM. Trabajó como editor en esta universidad. Dirigió la Colección Biblioteca del Estudiante Universitario y de la Revista Universidad de México. Ha sostenido durante varias décadas la columna «Inventario», en la revista Proceso. Fue Becario del Centro Mexicano de Escritores. Es autor de El castillo en la aguja (1962), Los elementos de la noche (1963), El reposo del fuego (1966), No me preguntes cómo pasa el tiempo (1969), Irás y no volverás (1974), Islas a la deriva (1976), Tarde o temprano (recopilación, 1980), Álbum de zoología (1985), El silencio de la luna (1994). En narrativa sobresalen sus novelas Morirás lejos (1967) y Las batallas en el desierto (1981).


LOS CONSPIRADORES

No queremos dejarla en paz. Antes de suicidarse, B llamó a sus amigos. No dijo lo que intentaba ni alcanzamos a imaginarlo. B no había hecho simulacros ni ensayos generales. Nadie acudió al llamado. El abandono es injustificable. Pero, como es de suponerse, tenemos paliativos, coartadas. El teléfono suena a medianoche. Hay sobresaltos. No somos los que fuimos. Ahora cada uno tiene deberes y necesidad de levantarse temprano.
El suicidio es una crítica radical a nuestro modo de vida y, en primer término, un asesinato simbólico. Todos sentimos que matamos a B, y ella, en venganza, acabó con nosotros. Nos sobrevaloramos al pensar que una palabra nuestra, un gesto solidario, los consuelos de la filosofía cristiana o estoica, la esperanza de la revolución mundial, la memoria de los buenos momentos en compañía, el despliegue de nuestras propias humillaciones y fracasos, un sarcasmo oportuno y escarnecedor... algo hubiera bastado para conjurar el suicidio.
Más que en nuestro íntimo sufrimiento, en estas maniobras se revela el horror de estar vivo. Nos sentimos tan culpables que nadie quiere cargar al culpa.
Entre habladurías y reproches directos, sostenemos una campaña cerrada para que alguno de nosotros expíe el remordimiento colectivo –y le haga a B en la muerte la compañía que no supimos hacerle en vida.