Invirtiendo en capital natural: una aproximación a la sostenibilidad ecológica

Publicado por by The International Society for Ecological Economics e Island Press, 1994. Tel. 800-828-1302 ó 707 983-6432 Fax 707 983-6164

La capacidad de carga revisada

Traducido por Pedro Prieto y revisado por Ricardo Jiménez (original en inglés en Die Off)

Se hizo así evidente que la naturaleza, en un futuro no muy lejano, debe instituir procedimientos de bancarrota contra la civilización industrial y quizá contra la creciente cosecha de carne humana, simplemente como la naturaleza ya ha hecho muchas otras veces a otras especies consumidoras de detritus, con posterioridad a su exuberante expansión y en respuesta a los depósitos de ahorro que sus ecosistemas habían acumulado antes de que tuviesen la oportunidad de comenzar a agotarlos… Habiéndose convertido en una especie superdetritívora, la humanidad quedó destinada no solamente a su sucesión, sino a la quiebra.-

William R. Catton Jr.
Overshoot ("Sobrecarga"), 1980

“Los ecologistas definen ‘capacidad de carga’ como la población de una determinada especie que un hábitat definido puede soportar indefinidamente, sin dañar permanentemente el ecosistema del que son dependientes. Sin embargo, debido a nuestra variable tecnológica cultural y los diferentes modelos de consumo y comercio, no se puede aplicar para los seres humanos un simple conteo de individuos vinculado a un territorio. La capacidad de carga humana tiene que ser interpretada como la tasa máxima de consumo de recursos y descarga de residuos que se puede sostener indefinidamente sin desequilibrar progresivamente la integridad funcional y la productividad de los ecosistemas principales, sin importar dónde se encuentren estos últimos. La correspondiente población humana es una función de las relaciones entre el consumo material y la producción de residuos per capita o la productividad neta dividida por la demanda per capita (Rees 1990). Esta formulación es un ajuste sencillo de la ‘Tercera Ley de la Ecología Humana’, de Hardin (1991):

(Impacto humano total sobre la ecosfera) = (Población) x (impacto per capita)

Las anteriores versiones de esta ley son de Ehrlich y Holdren, quienes reconocen también que el impacto humano es un producto de la población, de la afluencia (consumo) y de la tecnología: I =PAT (Impacto = Población · Afluencia · Tecnología) (Ehrlich y Holdren 1971; Holdren y Ehrlich 1974). El asunto importante aquí es que una tasa dada de disponibilidad de recursos puede sustentar a poca gente con un buen nivel de bienestar o a más gente en niveles de subsistencia.

Ahora, la inversa de la capacidad de carga tradicional proporciona una estimación de las exigencias de capital natural en términos de territorio productivo. En vez de preguntarse qué población puede soportar una región determinada de forma sostenible, la pregunta es ¿cuánta tierra productiva y agua de los diferentes ecosistemas se necesita para mantener la población de una región determinada indefinidamente y con los niveles de consumo actuales?

Nuestros datos preliminares para las regiones desarrolladas sugieren que el consumo primario per capita de alimentos, productos madereros, combustible y capacidad de procesamiento de residuos en forma continuada, exige hasta varias hectáreas de ecosistema productivo, cuya cantidad exacta depende de los niveles promedios de consumo (esto es, del flujo de utilización de recursos). Este promedio per capita ‘planetoide personal’ se puede utilizar para estimar el área total exigida para mantener a una población dada. William Rees llama a este área conjunta la “huella ecológica” relevante de una comunidad sobre la tierra (ver figura 20.2) (Rees 1992).

Este acercamiento desvela que la tierra ‘consumida’ por las regiones urbanas es, típicamente y como mínimo de un orden de magnitud mayor que la que contienen sus demarcaciones políticas o el área construida asociada. Esas brillantes estrellas económicas que son las ciudades son, sin embargo, un agujero negro entrópico absorbiendo recursos materiales concentrados y la producción de baja entropía de una amplia zona dispersa muchas veces superior al tamaño de la ciudad en sí. Citando a Vitousek et al. (1986), decimos que los asentamientos (de población) muy densos ‘se apropian’ de la capacidad de carga de cualquier lugar del planeta y tanto del pasado como del futuro (Wackernagel 1991).

La región del valle Lower-Fraser de Vancouver, en la Columbia Británica, sirve como ejemplo. Simplificando, se puede considerar el uso ecológico de la región boscosa y arable para alimentación doméstica, productos forestales y consumo de energía fósil en sí misma: suponiendo un promedio de la dieta canadiense y las prácticas normales de gestión, se requieren 1,1 hectáreas de tierra per capita para producción alimenticia, 0,5 hectáreas para productos forestales y se exigirían 3,5 hectáreas para producir la energía de biomasa (etanol) equivalente al consumo per capita actual de energía fósil Además, se requiere un área comparable de bosque templado exclusivamente para asimilar las actuales emisiones de CO2 per capita (ver ‘Calculando la huella ecológica’). Así, para soportar solamente su alimentación y el consumo de energía fósil, el millón setecientos mil personas de la región exigirían, de forma conservadora, unos 8,7 millones de hectáreas de tierra en producción permanente. El valle tiene, sin embargo sólo 400.000 hectáreas. Por tanto, la población de esta región, ‘importa’ la capacidad productiva de al menos unas 22 veces la superficie de tierra que ocupa ahora para mantener sus estilos de vida (ver figura 20.3). Con unos 425 habitantes por Km2 la densidad de población del valle es comparable a la de Holanda (442 peronsas/km2) [pags. 369-371]

Incluso con consumos per capita generalmente menores, los países europeos viven mucho más allá de sus posibilidades ecológicas. Por ejemplo, la población de Holanda (ver figura 20.4) consume los recursos de una tierra productiva unas 14 veces mayor de la existente dentro de sus propias fronteras (aproximadamente unos 110.000 km2 para alimentación y productos forestales y 360.000 km2 para energía (datos básicos del World Resources Institute, WRI de 1992). [pág. 374]

Nuestra huella ecológica

Wackernagel y Rees; New Society Pub., 1996; ISBN 0-86571-312-X Tel: 800-253-3605

La Huella Ecológica es la medida de la “carga” impuesta por una determinada población sobre la naturaleza. Representa el territorio necesario para sostener los niveles dados de consumo de recursos y deshecho de residuos de esa población.

 

Prefacio:
Hace algunos años, leí acerca de una especie de pequeña avispa de los bosques que vivía de las setas. Parece que cuando una avispa hembra va pululando y pasa sobre el tipo adecuado de seta, deposita sus huevos en ella. Casi inmediatamente, los huevos se incuban y los pequeños gusanos comienzan a comerse literalmente su propia casa y hogar. Los pequeños gusanos crecen rápidamente, pero algo singular sucede de repente. Los huevos de los propios ovarios de las larvas se incuban cuando aún están dentro de sus inmaduras madres. Esta segunda generación de gusanos partogénicos consumen rápidamente a sus propios padres y después rompen los cascarones para continuar alimentándose de las setas. Este proceso aparentemente horripilante se puede repetir a sí mismo durante otra generación. No se necesita mucho tiempo para que la seta entera quede llena de gusanillos retorciéndose y saturado de sus propios desechos corporales. La explosiva población de avispas jóvenes consume virtualmente su hábitat al completo, lo que es la señal para que las larvas más maduras se conviertan en crisálidas. Los pocos individuos que logran surgir como adultos maduros abandonan después volando su desmoronado lugar de nacimiento, para comenzar de nuevo el proceso una y otra vez.

Escribimos este libro con la creencia de que el raro ciclo de vida de las avispas de la seta puede ofrecer una lección a la humanidad. La fantástica estrategia reproductiva de las pequeñas avispas aparentemente ha evolucionado en condiciones de una extrema presión competitiva. Las buenas setas (como los buenos planetas) son difíciles de encontrar. La selección natural ha favorecido, por tanto, a aquellos ejemplares de avispas y sus rasgos reproductivos que tuvieron más éxito a la hora de apropiarse de los bienes disponibles de los recursos esenciales (la seta) antes de que la competencia llegase o se pudiese incluso llegar a establecer.

No hay duda de que los seres humanos tienen también una vertiente competitiva y que la selección natural y sociocultural ha favorecido históricamente a aquellos individuos y culturas que han tenido más éxito en el control de los recursos y en explotar la munificencia de la naturaleza. Hay también muchas evidencias arqueológicas e históricas de que, al igual que con las superpobladas setas, muchas culturas han colapsado por el peso de su propio éxito. Las sociedades humanas como la Mesopotámica, la Maya o la de los habitantes de la Isla de Pascua, que se han expandido temporal y espacialmente, se arruinaron al sobrepasar la capacidad de su entorno para mantenerlos. Como las avispas de los bosques, agotaron sus hábitats locales. La Humanidad, sin embargo, ha sobrevivido en su conjunto, porque había siempre otras “setas” por doquier en la Tierra, hablando en términos figurados, capaces de mantener a las personas.

En la actualidad, la humanidad se ha convertido, por supuesto, en una cultura global, dirigida cada vez más por una filosofía de expansionismo competitivo, una cultura que está avasallando y consumiendo la tierra. El problema es que, a diferencia de las avispas, incluso el más gordo y rico de todos nosotros no dispone de medios para abandonar el marchito casco de nuestro hábitat una vez que lo ha consumido, y no existe una evidencia de que haya otra “seta” como la Tierra en nuestro bosque galáctico.

La buena noticia es que, también a diferencia de las avispas, los humanos disponen del regalo de la conciencia y de la elección inteligente, y conocer nuestras circunstancias es una invitación al cambio.

El primer paso hacia la reducción del impacto ecológico, es reconocer que la crisis medioambiental no es tanto un problema medioambiental o técnico, como un problema social y de conciencia. Por tanto, se puede resolver únicamente desde la perspectiva de soluciones sociales y de comportamiento. En un planeta finito, con esta capacidad de carga humana, una sociedad movida fundamentalmente por el individualismo egoísta tiene el mismo potencial de sostenibilidad que un batallón de escorpiones agitados en una botella. Los seres humanos son organismos ciertamente competitivos, pero también son seres socialmente cooperativos. Desde luego no es una ironía menor (aunque parezca que muchos asesores políticos no se han dado cuenta de ello) que algunas de las sociedades que han tenido mayor éxito económico y competitivo, han sido aquellas que mejor han cooperado internamente, aquellas que poseían mayores reservas de capital social y cultural.

Nuestro objetivo principal al escribir este libro es resaltar que nosotros, los humanos, no tenemos otra elección que la de reducir nuestra “Huella Ecológica”. Esperamos transmitir también nuestra total confianza en los inmensos recursos del espíritu humano. La gente tiene un gran potencial que descubrir a la hora de enfrentarse a los más grandes retos de nuestra seguridad colectiva. Como William Catton dijo en 1980 en su clásico libro, Sobrecarga: “Si, habiendo sobrepasado la capacidad de carga, no podemos impedir el choque, quizá con un entendimiento ecológico de sus causas reales, podamos mantenernos como seres humanos en circunstancias que de otra forma, nos hubieran tornado en bestias”. Por supuesto creemos que enfrentarnos a la realidad de la sobrecarga ecológica, nos forzará a descubrir y ejercitar aquellas cualidades especiales que distinguen a los humanos de otras especies sensibles, y convertirnos en verdaderamente humanos. En este sentido, el cambio ecológico global puede muy bien resultar nuestra última gran oportunidad de probar que existe vida verdaderamente inteligente en la Tierra.

William Rees, Gabriola Island
Verano de 1995.

La gigamuerte (gigadeath)

BATIMORE (9 de febrero de 1996). Si los seres humanos no pueden controlar su explosivo crecimiento de población en el próximo siglo, lo harán las enfermedades y el hambre, han concluido los ecologistas de la Universidad de Cornell, a partir de un análisis de los menguantes recursos.

"Un sombrío futuro, sin suficiente tierra cultivable, agua y energía para producir alimentos para 12.000 millones de seres se puede evitar y aún no está muy cercano", dijo un preocupado David Pimentel (el 9 de febrero) en la Asociación Americana por el Avance de la Ciencia (American Association for the Advancement of Science -AAAS-), en una sesión sobre “¿Cuántas personas puede soportar la Tierra?”. Las tecnologías agrícolas respetuosas con el medio ambiente no serán suficientes para asegurar una adecuada cantidad de suministros a las futuras generaciones, a menos que el crecimiento de la población humana sea restringido simultáneamente, dijo el profesor de ecología de Cornell, hablando a los investigadores autores del informe “El impacto del crecimiento de población sobre el suministro de alimentos y el medio ambiente.”

La “población óptima” que la Tierra puede soportar con un aceptable nivel de vida es menos de dos mil millones, incluyendo a menos de 200 millones en los Estados Unidos, recalcó el científico de Cornell. Pero si la población mundial alcanza los 12.000 millones, como se predice para dentro de 50 años, al menos 3.000 millones estarán malnutridos y serán vulnerables a las enfermedades, según determinó el análisis de los recursos de Cornell. El futuro agrícola del planeta -con una decreciente productividad de las cosechas- se puede ver en la China actual, sugirió Pimentel.

China posee ahora 0,08 hectáreas de tierra de cultivo per capita, comparadas con el promedio mundial de 0,27 hectáreas y las 0,5 hectáreas per capita consideradas el mínimo para una dieta diversa como la que disponen los habitantes de los EE UU y Europa. Cerca de un tercio de las tierras de cultivo del planeta se han abandonado en los últimos 40 años, debido a que la erosión las hace improductivas, dijo.

La competición por los suministros menguantes de agua dulce también se están intensificando, concluyeron los ecologistas de Cornell. La producción agrícola consume más agua dulce que cualquier otra actividad humana (alrededor del 87 %) y un 40% de la población mundial vive en regiones que compiten directamente por un agua que se consume más rápidamente de lo que se restablece. Es más, la escasez de agua exacerba los problemas sanitarios, señaló el análisis de los ecologistas. Cerca de un 90% de las enfermedades en los países en vías de desarrollo provienen de la falta de agua potable. A escala mundial, se contraen unos 4.000 millones de enfermedades cada año por el agua (en malas condiciones) y unos 6 millones de personas mueren por enfermedades derivadas del agua en mal estado, dijo Pimentel. “Cuando la gente enferma de diarrea, malaria u otra enfermedad seria, se pierde entre el 5 y el 20% de su ingestión a causa de la enfermedad” dijo.

Los precios de los combustibles fósiles subirán a medida que los suministros se vayan agotando. Mientras que los EE UU pueden permitirse importar más petróleo cuando sus reservas se agoten en los próximos 15 ó 20 años, los países en vías de desarrollo no pueden hacerlo, dijo Pimentel. “Actualmente, el alto precio de importación de los combustibles fósiles hace para los agricultores pobres difícil, sino imposible, la irrigación y el suministro de fertilizantes y pesticidas. Los análisis fueron dirigidos por Pimentel, profesor de entomología y de ecología en el Colegio de Agricultura y Ciencias de la Vida, en Cornell; Xueven Huang, un alumno del colegio; Ana Cordova, una estudiante graduada en el Colegio de Agricultura y Marcia Pimentel, investigadora en la División de Ciencias Nutricionales de Cornell.

Los ecologistas señalaron dos alarmantes tendencias: al mismo tiempo que la población mundial crece geométricamente, la disponibilidad de granos per capita, que representa el 80% de la alimentación mundial, ha estado cayendo en los últimos 15 años. Las exportaciones desde los pocos países que ahora disponen de los recursos para producir excedentes cesarán cuando cada bocado se necesite para alimentar a sus propias crecientes poblaciones, predijeron los ecologistas. Esto causará un cierto malestar económico a los EE UU, que cuentan con las exportaciones de alimentos para equilibrar su balanza de pagos. Pero el dolor real despedazará a las naciones que no podrán crecer lo suficiente, dijo Pimentel. “Cuando se alcancen los límites globales biológicos y físicos de la producción nacional, la importación de alimentos no será una opción viable para ningún país”, dijo. “En este momento la importación de alimentos para los ricos sólo se podrá mantener privando de alimentos a los pobres sin poder”

EDITORES: David Pimentel puede localizarse en el Tel. (607) 255-2212.

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