domingo, 22 de agosto de 2010

Pacto Eterno

"Nada puede satisfacer más al hombre que el propio amor" - Valeria Gallardo

PARTE UNO: Charles Hyland D.

Se despedía una noche líquida consumada por las lejanas nébulas que le arrebataban la luz al cielo y las estrellas. Un tufo grisáceo y blanquecino emergía del suelo evocando el aliento glacial. Se encontraba un joven mozo esperando en los brazos amargos de una fría pronta madrugada. Este, de manera constante se friccionaba las manos para propagar algo de calor a su cuerpo. Resonaba inoportuno un eco cadente de criaturas nocturnas derruyendo los cesos de su presa, por más grandes o pequeños que fueran. Predominaba una fragancia de cedros, pinos y abetos mezclándose con la húmedad fresca. El muchacho miraba desesperado a todos lados, matando esperanzas certeras que terminaron por tornarse en las peores suposciciones. Muy tenuemente el claro de luna lograba iluminar los alrededores y sonidos siniestros subyugaban el bosque. El joven estaba recargado en un frondoso árbol en el que se hacia visible la cicatriz en el tronco, sobre su cabeza dos iniciales: VE. Cansado de la espera, el muchacho emprendió un camino para ir a averiguar lo que tanto le inquietaba la mente, olvidando y dejando al azar lo peligroso que era estar solo a tales horas de la noche. Sus pasos crujían imponentes ante el ritmo del bosque, dándoles pistas a los depredadores de su movimiento y locación. Para su suerte, ninguno lo siguió, aún. Caminó almenos unos veinte minutos hasta llegar a salvo a un pueblo que apenas desprendía luces ínfimas, señales de vida. Tras unos minutos, se dirigió a una casita de tonos ocres, donde se podía distinguir débilmente el aura de una vela estática. Éste se asomó por la ventana y en un punto un poco lejano, vio a una muchacha de piel dulce, de cabellos castaños y ojos de miel llenos de lágrimas destilándole por montones, su cara estaba roja por el llanto. Frente a ella, estaba un hombre de mayor edad, alto, fuerte, con unas manos del tamaño de un pomo que amenazaban con violencia a la chica. Este calvo hombre compartía un poco de similitud con la muchacha, lo que explicaba que eran padre e hija.

- ¡Te dije que jamás volvieras a ver a ése bastardo de Víktor! - exclamó el hombre lleno de furia.
Luego le tiró un golpe a su hija. Cayó al suelo, emandando tinta roja de sus labios, sangre de su sangre. El muchacho observando, se llenó de coraje y tocó con fuerza la puerta para impedir semejante indulgencia del padre.
- ¡Déjala! ¿Cómo te atreves a hacerle eso a tu hija? ¡Hazmelo a mí, pero no a ella! - gritaba con fulgor.
El hombre se detuvo al oírlo y verlo. Le abrió la puerta satisfecho de verlo. Lo metió de un simple jalón con su puño de bizonte que este poseía. Tomó de una mesa de madera un largo cuchillo empleado para cortar la carne de las reses y con velocidad se lo clavó al chico directamente en su vientre.
- Les advertí a los dos que si los volvía a ver juntos los mataría ¿Quién lo diría? Mi propia Evangeline me engaña despúes de haberle prometido a su padre que nunca te volvería a ver - decía con rencor sosteniendo el cuchillo que le chorreaba la sangre de Víktor. Víktor estaba petrificado en una gélida agonía que paraba a un avismo sin fondo. James, el padre de Evangeline izaba el cuchillo para volverlo a clavar, pero esta vez, para enterrarlo en el corazón.

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